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El hueco de los embalses

Es una pena. No es el inicio de una guerra occidental por el agua. O a la larga, quizá sí. Da mucha pena ver el fondo de tantos pantanos vacíos, los restos de esas casas, iglesias o pueblos conquistados a sus habitantes a golpe de autoridad para satisfacer un bien común y ahora están como están. Da más pena el desperdicio del agua, no tanto por lavarse los dientes con el grifo abierto sino por tantas casas adosadas con jardines en un clima no apto para gastar tanta agua en ese verdor distintivo del poder económico o hipotecario. No hablemos de campos de golf, de piscinas privadas o de esas extensiones arbóreas que disimulan mansiones.
Ya ves, siempre igual. La culpa es de ducharse dos minutos más, de la lavadora o de regar dos macetas. O de los pocos labradores que son tan osados que riegan siguiendo la tradición porque nadie les ha explicado otro sistema. Ellos, culpables, ellos que son los últimos jardineros del campo.
Si ese hueco no se llena, todos pagaremos las restricciones. Piensa que en todos también deben estar aquellos,aunque seguro que menos que la mayoría. Esto sí que da una enorme pena.

Fórmulas sociales para ser más eficaces

Hay muchos cambios sociales que sorprenden. Créetelo. Y a veces no provienen de grandes pensadores ni personas que se estrujan el cerebro con teorías novedosas. A veces sí.
Fíjate en algunas empresas. Me encanta leer el pensamiento de aquellos hombres y mujeres innoivadores y que saben mirar más allá. Aunque podamos decir que su finalidad es vender, algo lógico en quien se juega su dinero, piensa que ese paso más que dan a menudo se convierte en una fórmula de mejora social. Criticable, por supuesto. Pero se han atrevido y lo han puesto en práctica.
Te puede hacer gracia eso de que con tal proceso se ayuda a crear un valor social, que lo nuestro además de ganar dinero es generar conocimiento y contribuir a la mejora social. Yo también me cojo estas teorías con cierto escepticismo pero me da la impresión de que´nuevas fórmulas empresariales dan un paso más. Tú me respondes que no es más que otra estrategia de marketing. Quizá. Pero suelen demostrarlo con pruebas. Y si encima conoces a alguna persona que trabaja ahí y ratifica lo que dice quien innova, habrá que rendirse a la eficacia.

La cultura de la muerte, pendiente de asignatura

Sé que es difícil hablarle de este tema a quien es joven y no ve el final de su futuro. A mí también me pasaba. Recordaba cuando mi familia, a tu edad, me repetía lo mismo que ahora debe tocarme decirte a ti, más que nada para no perder estas costumbres tan ancestrales.
Es verdad. Creo que antes la cultura de la muerte estaba más asumida en la vida diaria. Se nace y se muere. Me admiras porque has sacado tú este tema en las conversaciones más que yo. Soy del montón, de los que les cuesta recordar que existe un final. Y no será por tantas señales diarias. De momento le pasa a los demás. Mientras comemos observamos carnicerías en la televisión, bueno, no: ahora algún código ético autorregulador de los medios nos permite comer en paz, ignorar la crudeza, la sangre, todo lo que nos pudiera alterar las digestiones de nuestros estómagos llenos. Ahora, síntomas de que esto pasa los hay. Escuchas las barbaridades contra las mujeres, el terror de los accidentes de tráfico, las consecuencias de enfermedades, de violencias, del hambre y de tantas miserias como no se nos muestran en ninguna pantalla plana.
La cultura de la muerte nos suele venir al pensamiento a la puerta de los hospitales, de los tanatorios y de los cementerios. Filosofamos, ensalzamos a quien ha muerto, comentamos sus grandezas y no nos queda más remedio que seguir viviendo, continuar hasta la próxima vez. Sin embargo, nos cuesta asumir nuestra desaparición. Tú lo dices. Estamos tan seguros con nuestros avances, con tantos recambios para casi todas las disfunciones corporales, con tantas medicinas y nuevas técnicas que parecemos unos inmortales de pacotilla. Tampoco vemos personas muertas. Se ha cambiado la cultura funeraria, mejoramos, hay centros especializados para todo, servicios al ciudadano hasta que es enterrado. Qué más queremos.
No, tranquila, no hay ningún proyecto para crear una nueva asignatura que nos recuerde una realidad que tú, tan joven y tan inteligente, te encargas de recordarme. Si no fuera eso, quizá yo sólo pensaría en días como hoy, cuando hemos despedido a una estimada persona compañera de profesión. Soy del montón.

Los ataques a la defensa

Sigues la actualidad con tanto ímpetu adolescente que te sacan de los nervios veraniegos los que atentan a tus principios más hondos. Ya sé que cada vez que nos vemos la actualidad es uno de nuestros temas preferidos. Solemos coincidir en muchas interpretaciones, cosa que a mí me rejuvenece el espíritu aunque no el carnet de identidad. Las diferencias a menudo radican en la energía para sublevarte contra la marcha de unos acontecimientos que se podrían conducir de otra forma. Te lo repito con frecuencia, si me ves leyendo con pasión los temas económicos, si empiezo los diarios por las páginas del dinero es porque estas noticias suelen extender sus tentáculos sobre muchas otras secciones del diario. No es justo que ocurra pero ahí está. Los negocios mandan sobre la política, que a su vez manda sobre lo militar, la medicina, los medios de comunicación, la enseñanza, la religión, etc.
Déjate de tus rollos y vete al grano, es intolerable la existencia de ejércitos y que sus miembros tengan que morir hasta en misiones de protección humanitaria. Así te expresabas, con mucha vehemencia pacifista. Como si no se supiera que uno de los peligros que tiene pertenecer a un ejército siempre ha sido la posibilidad de morir. Suscribía tus juicios cuando nos resultaba incomprensible la retirada de tropas españolas de Irak y no de Afganistán. Lo dijimos hace meses. De hecho estábamos en contra de todas las tropas, de su existencia y de tanta justificación de la necesidad de la defensa. Soldados armados hasta los dientes en misiones humanitarias dentro de un país en guerra y con el terrorismo como una realidad diaria usada por los más débiles. Nos parecían contradicciones propias de quienes quizá no éramos capaces de entender lo que para los del uniforme estaba muy claro.
La defensa se defiende atacando y también recibe las represalias del bando contrario. En medio máquinas, personas, fenómenos meteorológicos, cansancio, despistes y muertes. No sabemos lo que vale la muerte de estos militares, incluyendo ceremonias, desplazamientos, actos, honores, parafernalia, etc. Comprendo tu crispación, me veo reflejado en ella y eso que el ministro del ramo nos cae bien. Pero como despreciamos el fondo de la cuestión y el cuerpo en sí (no las personas) suscribiremos aquella frase de un pacifista cuando decía que lo mejor que se puede hacer de todos los militares del mundo es no hablar de ellos. Punto final.

De la construcción de bancales a la destrucción por las grúas

El litoral mediterráneo - tú me lo has explicado muy bien – fue tierra de entrada de nuevos pueblos, de conquistas, de batallas y de asentamiento de núcleos urbanos con sus avances y con su organización política y social. En donde antes había pueblos hoy puede haber otros más grandes o ruinas cubiertas de vegetación, donde antes se trazaban vías de transporte hoy el asfalto es el rey. Los cambios están relacionados con el paso del tiempo y con las circunstancias de cada momento histórico. Clima mediterráneo, dieta mediterránea e invasión de este mare nostrum por nuestras conquistas fruto dicen que del nivel de vida.
La autopista de La Jonquera hacia el sur de España discurre por parte de aquellas calzadas romanas. Hoy, ya ves lo que se nos ofrece. Para no pasar de largo sin enterarte apenas del territorio (algo muy propio de los turistas), una parada para acercarse hasta algún núcleo costero y conocer cómo se le trata al Mediterráneo por estas zonas. Las viñas del Penedès catalán nos permiteron ver ese bosque de racimos que esperan la vendimia, inicio de futuros vinos o cavas muy bien conseguidos en laboratorios comandados por esos reyes de la tecnología del bouquet que se llaman enólogos.
Tenías ganas de que te hablara de algunos cambios del litoral observados sobre el terreno. De Vilafranca del Penedès a Vilanova i la Geltrú, por ejemplo. Qué suerte con las viñas, un paisaje verde estival como si de una inmensa pradera se tratara. Restos de antiguos recintos poblados. Olèrdola, antiguo pueblo que ya existió en la Edad del Bornce, con los iberos, los romanos, con un castillo medieval del siglo X, muchas culturas que recorrieron estas zonas sometidas ahora a lo que toca.
Además de antiguas piedras, en las laderas cercanas a la carretera aún hay bancales. Te llaman la atención, son pequeñas paredes de piedra construidas por las personas en los desniveles montañosos para evitar la erosión del terreno y para ganar así una pequeña zona de cultivo. Una piedra tras otra, colocadas a mano, mucho trabajo, ilusiones y ganas de prosperar. Aún están ahí aunque no sean muchos los que se fijen en ellos ni sepan interpretarlos. Hoy todo está abandonado hasta que el paso del tiempo facilite que el bosque se apodere de tantas zonas desbrozadas para el cultivo, siempre que los incendios lo permitan.
En frente, abajo en la carretera, una cruz con flores, un tributo más de alguien que fue víctima de veloces inventos para movernos o matarnos.Hemos visto tantas por todos los sitios que ya no producen efecto. Al fondo, una parte de la suave cadena montañosa litoral. Por esta vertiente ya se vislumbran grúas de la construcción que reciclan el paisaje, o sea, destruyen mucho para construir algo. Las modernas atalayas, propiedad de lobos capaces de hipotecar las pensiones de los nietos de las nuevas construcciones, se encadenan y avanzan a medida que entregan la felicidad al propietario de las escrituras. Un país que hoy se puede atravesar, no por árboles sino cabalgando de una grúa a otra, nos enseña la destrucción imparable de lo poco que queda del litoral mediterráneo. Descender hacia el litoral es un continuo tejado adosado hacia el infinito. Cada año avanzan con sus máquinas como si de la legión romana se tratara, a la conquista del terreno y de los árboles libres vendiendo un mar cada vez más contaminado y una simbología mediterránea, colonizada por culturas procedentes de otros mares.
Se te ocurrió avanzar desde los romanos hasta hoy. Querías imaginarte qué quedará de todo esto que se construye ahora cuando transcurran cientos de años, cómo nos interpretarán las muy futuras generaciones por lo que dejamos hecho (o deshecho) e inventado. Como eres positiva y piensas contribuir a cambiar tanta realidad que te desagrada, suspirabas por las doctrinas, consejos y manuscritos dejados por los antiguos sabios griegos y romanos que aquel profesor de filosofía te había escogido desde el punto de vista de una ética actual.
Esos sabios sí que debían ser la parte fundamental de la dieta mediterránea.

Pensamiento simple

Una chica como tú, que siempre has sido bastante independiente, liberal y capaz de ir más allá de lo que te enseñan, de lo que te cuentan, lees u oyes te veo preocupada por lo que tú llamas “pensamiento simple”. No es cierto que lo hubiera instaurado un reciente y ya ex - presidente de gobierno, aunque lo cultivó en exceso. Es muy antiguo el tema y ya se sentían consternados los filósofos griegos. Pues no veas hoy cómo está la cuestión. Muchos siglos de evolución pero la cosa, según tu opinión, no ha mejorado en todas las direcciones. Tus compañeros y compañeras de instituto te gustan pero eso no impide que observéis los juicios de valor y el posicionamiento ante problemas vitales de los quienes convivís en el centro. No relaciones las modas, las marcas, los símbolos, la imagen con la simpleza. Insistías en que a veces son compatibles. Puede. Te pedí ejemplos que justificara tu interés por lo simple. Ejemplos: abundan los chistes fáciles, en Internet y en las conversaciones; programas de televisión tan simples que te cuestionas quiénes son esos millones de audiencia que usan su tiempo en verlos; pasar simplemente el tiempo, perderlo en los momentos de ocio para ganarlo trabajando sin parar cada día; mensajes de móviles con textos continuos sin apenas contenidos; conversaciones rutinarias, simples, con poca forma y menos fondo; lenguaje repetitivo, escaso y lleno de formulismos.
Te mandé parar tu enumeración. Debes respetar la forma de ser de cada persona. Inconformista, pensabas que tu exigencia era para mejorar y te rebelabas ante la interpretación tan simple de una compleja realidad, ante inquietudes simples, ante carencia de dudas en general, estabas contra los que afirman más que cuestionan, pontifican más que discrepan, gritan para tener razón y alimentan sus juicios con simples opiniones ajenas muy masticadas pero poco elaboradas.
Entiéndelo, hay personas que viven más cómodamente sabiendo menos, sin complicaciones neuronales, conformándose con su mundo, disfrutando de los avances y teniendo más que siendo. Siempre me dices lo mismo – me replicabas- con tanto respeto nunca se mejorarán los niveles culturales, nosotras adolescentes hemos de repetir aquellos inconformismos que planteabais en vuestra juventud para ir contra aquel mandamás.
Charlas con una chica inquieta y más compleja que el pensamiento simple que critica.

Protección global

El otro día hablábamos de la seguridad o inseguridad en que vivimos. Habías relacionado muchas informaciones y comentarios que oías a menudo y planteaste un tema que nos preocupa a todos, en proporción directa a nuestras propiedades y nivel de vida. La protección y la seguridad.
La última provocación que relacionaste con tus pensamientos anteriores sobre todo esto fueron las actuaciones de Bansky, un artista británico de 31 años tan provocador en sus actuaciones que ayer EL PAIS hablaba de que había pintado nueve graffitis en el muro de Gaza, esa enorme pared de cemento que los israelíes van construyendo para no saber nada de sus hermanos palestinos del otro lado. Bansky pretendió aportar su toque artístico a esa vergüenza que desgraciadamente no es única. Citaste a uno que llegaste a conocer, el muro de Berlín, pero yo te nombré alguno más cercano. Qué decir de esa enorme alambrada que separa Ceuta de Marruecos para que no puedan entrar inmigrantes llamados por algunos “ilegales” (curioso término para hablar de personas). O los que hay entre México y Estados Unidos. Muros los hay de muchas formas y ahora la tecnología es capaz de construir separaciones vigiladas virtualmente que detectan a cualquier intrépido aventurero, “ilegal” por supuesto.
Hablando hablando, tiramos tanto del tema que lo extrapolamos a nuestra vida diaria. Recuerda que un día me dijiste que tu profesor de sociales os planteó el tema seguridad – libertad, una dicotomía de la que antes se hablaba mucho, con fuertes discusiones en las que la gente de izquierdas siempre se decantaba por la libertad. Qué tiempos aquellos en que se citaba a otro Gran Hermano (no el del programa de la TV), a George Orwell y a suposiciones futuristas en que los derechos humanos se pudieran ver recortados por tanta seguridad.
¿Elucubraciones sin sentido?
No me veas como anticuado o irrespetuoso con las nuevas tendencias, pero quisiera ayudarte a completar tus argumentos con algunas observaciones. Después, tú misma. Si quieres te explico lo que he comprobado muchas veces en la vida diaria de nuestra ciudad, una urbe parecida a muchas. De día las calles están muy animadas y los escaparates de las tiendas aportan un toque alegre a los edificios. De noche, antes de cerrar, aún son más vistosos con tanta luz y diseño óptico. Sin embargo, llega un momento en que las calles son una persiana seguida. Desparecen los escaparates y todo semeja un muro metálico abierto por los lados y por las intersecciones de calles. Protección al máximo. Pero no sólo eso, protección con alarmas por doquier. Puertas que ya las anuncian, miedo a la intromisión en la propiedad.
Si quieres pasamos a otro escalón protector. Las cámaras de vigilancia. Las hay dentro de cualquier tienda, a la entrada de bancos, en las fachadas de edificios públicos, en las calles, en las carreteras y autopistas, en las montañas para informar sobre el tiempo. Y, en el ámbito privado, las webcam, no tanto para vigilar sino para enseñar. No te acuerdas pero hace no tanto tiempo hubo quien se opuso a instalar estos aparatos en las calles porque atentaban ala libertad privada. Ahora nadie dice nada. Y quien lo diga, le demuestran su eficacia con las pruebas que aportan en atentados terroristas, en robos, secuestros o crímenes. Luego te imaginaste cuánta información tendrán los organismos policiales sobre todos nosotros. Incluso pensabas qué pasaría si un día los expertos en intromisiones informáticas llegaran a controlar tanto aparato vigilante. Y nadie se queja, son sistemas de seguridad. Nos venden seguridad. El penúltimo invento, los móviles con cámaras también útiles para vigilar con fotos, publicar, vender o denunciar.
Tu capacidad deductiva luego se despertó y empezaste a añadir otros sistemas de protección. Citaste a tantos policías distintos como hay, y tantos agentes privados que enriquecen a sus compañías de seguridad, a guardaespaldas, porteros de discotecas o restaurantes, detectives privados. Seguiste con el tema de las llaves y los sistemas de seguridad en nuestro territorio más próximo: alarmas de coches, alarmas de garajes, de casas, sirenas de todo tipo. Me hizo gracia cuando se disparó tu imaginación y lanzaste una interesante hipótesis: qué pasaría si un día todos los sistemas de seguridad se pusieran en marcha de golpe: alarmas sonando, cámaras sin parar de grabar, sirenas funcionando, policías de un lado para otro. Tranquila, te dije, es difícil que ocurra. Piensa que tantos radares de control de tráfico, escaners de aeropuertos, fotos por satélite, controles por GPS, etc. todo esto dicen que previene que no pasen cosas peores pero la realidad es que tanta saturación esconde miedos, inseguridades personales y sociales, gente ineficaz que no interpreta tanto mecanismo. Hay muchas pruebas que así lo demuestran. Libertad controlada gracias a que todos colaboramos y nos enfadamos o denunciamos cuando no estamos protegidos. ¿Un policía por persona, una cámara, una alarma para cada uno?
Nos cansamos de tanto darle vueltas a un presente tan protegido. Tú me aseguraste que vivías bien, que disponíamos siempre de una buena lista de teléfonos de emergencias para cualquier imprevisto y que con tanto bienestar nos podíamos permitir el lujo de rebajarnos unas décimas en nuestro grado de libertad. Estabas encantada con un presente tan esperanzador. Sin embargo, seguiste pensando en nuestros planteamientos y en esa global protección que nos reporta tanta calidad de eso que aquí llamamos buena vida.

La imagen de las emociones

Si nos pretenden demostrar cada día que vivimos en la época de la imagen, puede que lo confirmemos o no si nos miramos en nuestro espejo (transgresor o ególatra) o bien observamos aquello que hay a nuestro alrededor. El entorno nos puede devolver tantas cosas adquiridas que, todas juntas, han conformado un espacio que se podría interpretar si analizáramos los significados de cada elemento uno por uno. ¿Por qué los tenemos? ¿Para qué sirven? ¿Siguen haciéndonos el servicio e ilusionándonos tanto como el día que los compramos?
Aquí una persona, aquí una imagen. La semiótica nos cercaría con sesudas interpretaciones en torno a yo y mis circunstancias (objetos, marcas, anhelos, dependencias, frustraciones).
Los publicistas lo saben muy bien: los anuncios, si no nos venden las supuestas emociones que tiene un producto, no son válidos como para conseguir los resultados previstos. Detrás de una marca hay un emoción para el comprador, aunque no tanto para la persona china o de cualquier maquila que deja su salud por nada y menos. Lucir una marca es “emocionante”, nos deslumbra y asumimos que le transmitimos a alguien tanta emoción que la compra para repetir la secuencia mercantil, y así sucesivamente. Nos están “fabricando” así y, si lo sabemos, el impulso de la ilusión del producto corre un tupido velo sobre esa otra realidad.
Esta continua fábrica de mundos que es nuestro entorno podría hacernos sospechar a qué obedece cada impacto publicitario que recibimos: si nos crean una necesidad que desconocíamos o responden a una necesidad no cubierta que teníamos. Es curioso pensar si ese anuncio que nos enerva las emociones nos traslada a otros mundos o bien forma parte de esa franja de irrealidad, de ensueño, de “paraíso” cercano y al alcance de la mano (con o sin “ayuda” del banco) en el que nos refugiamos a modo de diván que resuelva algunas carencias personales.
Las emociones de tantos impactos sociales y mediáticos nos influyen en nuestra imagen, la cual nos identifica con aquello que nos han prometido. Pero en medio hay espacios de pensamiento y de discriminación crítica. Poco a poco abundan sectores más concienciados con este sistema, aunque estas corrientes de opinión también pueden ser víctimas de procesos parecidos a los de las mayorías. De todas formas, como humanos que somos, nos consolamos con recursos diversos que nos remuevan ese interior que nos provoca la transmisión de la felicidad al exterior. ¿O también será imagen?

Nuestras emociones en masa

Nos emocionamos a menudo y, cuando lo hacemos en masa, el resultado trasciende tanto que su efecto se magnifica gracias al efecto reproductor de los medios de comunicación (de masas). Dicen que somos tan sociales que la masa nos anula, nos protege o es capaz de producirnos efectos liberadores de nuestras tensiones diarias, cada vez mayores. Debemos necesitar incentivos en que creer y símbolos que exhibir porque estos son parte de nuestras creencias, de una posible o disfrazada ideología o religión.
No quedan tan lejos los actos en torno a la muerte y nombramiento de Papas. El poder de una religión con mil millones de fieles produjo tanto efecto mediático como la trayectoria del Papa fallecido. Las masas, los símbolos, las creencias, la religión, la economía, las representaciones estatales, la presencia testimonial, el recuerdo. La repercusión de las celebraciones y nombramientos conmovieron a muchos y levantaron suspicacias entre otros.
Días después, más masas enfervorecidas pero adorando uno de los objetos más venerados tanto a nivel personal como estatal, motor de la economía mundial. El coche rugió en los circuitos de alta competición y su sonido, su parafernalia y tantos intereses creados también congregaron a aficionados o curiosos de un invento adorado y odiado, sobre el que gira un alto porcentaje de intereses mundiales. ¿El coche es más de lo que es?
Y suma y sigue. Las masas que ya venían entrenadas con temas vaticanos y circuitos de élite aún tienen resaca por las celebraciones de títulos (o por el olvido de fracasos). Tanta acumulación de emociones produjeron otra explosión masificada. Cifras de seguidores del nuevo campeón liguero, actos, símbolos, frases hechas, consignas machaconamente repetidas por ser más que algo, insultos, vivas y más vivas y, como en todo, ¡vivan los intereses! El éxtasis liberador colectivo ha debido producir el efecto deseado, igual que nos pasa a todos con tanta masificación de todo.
¿Peligros? Quizá ninguno o a lo mejor esta droga colectiva nos provoca una visión opaca para no interpretarnos dentro de tanta emoción colectiva. El mismo día de la victoria futbolística, mientras las merecidas conmemoraciones mezclaban toda clase de -ismos, la televisión mostraba otra masa. Enseñaba cómo se crean futuros terroristas kamikazes en algunos países para convertirse en aparente causa de una consecuencia atroz. Allí también se veían emociones, la masa, la repetición de consignas desde la infancia, el seguimiento de líderes, símbolos, ideología, religión y mucho fanatismo. ¿Más fanatismo que en los anteriores ejemplos?
Siempre nos quedará el consuelo de decir que nuestras celebraciones, ídolos, equipos y la machacona repetición de ideas que nos clavan en el cerebro son diferentes. Ellos son los malos, lo nuestro es cultura, identidad, forma de ser, raza. ¿Y si no fuera así?

Marcajes

Es tan normal que sería raro ver a una persona sin una marca encima. A todos nos marcan extrnamente. No nos salvamos. Es lo que hay. ¿O no? El made in china en forma de marca nos domina tanto que es una identidad más que vamos adquiriendo a medida que caemos en las redes de la asimilación de la filosofía del logo, del símbolo, del signo, de la moda, de la hechura, del objeto o del sujeto derivado como final del proceso. Así somos porque nos amasan cada día así, nos dejamos y encima pagamos tanto que sus cuentas de resultados son la consecuencia de nuestras marcas en carne propia.
Modas, piercings, collares, y la penúltima, las pulseras. No, no son de bisutería ni de diseños exclusivos. Simulan ser con finalidades benéficas y se identifican por colores y por grandes causas: la amarilla del cáncer que promueve el ciclista Lace Armstrong fue una de las precursoras. Pero ya hay contra el racismo y contra muchas causas más. Muñecas llenas de estos plásticos, presumir de tenerlas o no, te cambio la del cáncer y la del no al racismo por ese último modelo. Buenas ideas para poner y para colaborar. Quien pretenda interpretarnos, aquí tiene material, todos estamos a expensas de publicistas primero y, después, de semiólogos y sociólogos que nos interpretan. Más allá de la identificación con el grupo y de mirarnos en el espejo de los demás, quizá nos quede, entre otras enseñanzas, el esperar a ver cuál es la próxima moda para cubrir nuestra capa exterior. Y, erespecto a nuestros adornos en la zona interior, he ahí la duda.
Yo pienso apuntarme el primero cuando abran la lista de espera del próximo y más innovador marcaje.

La biónica digital que queremos que nos domine

La adaptación a las nuevas tecnologías y a los incesantes avances de todo tipo produce ya una nueva forma de ser en sociedad y en privado de muchas personas. Nuevos productos ya se han convertido en apéndices de nuestro cuerpo y órganos sensoriales condicionantes del pensamiento.
No hace muchos años la biónica se planteaba como muy futurible y cualquier adelanto que mejorara las condiciones vitales era recibido como una ayuda que nos conduciría a vivir más y mejor. ¿Era la persecución de la inmortalidad de la mano de los avances científicos aplicados al cuerpo humano?. El cuerpo tendría piezas de repuesto para cuando la auténtica dejara de funcionar bien. Las medicinas eran un seguro de vida, como sin fueran un Dios que pasaban a la práctica curativa los garabatos médicos.
Hoy ya no hace falta soñar con aquellos idealismos. Ya tenemos tantos inventos que han pasado a ser unos intermediarios entre la realidad y nuestras percepciones más íntimas. Si miramos al entorno, a las pruebas nos remitimos: adornos corporales, perfumes, maquillajes, disfraces cosméticos, metales colgados o pinchados de cualquier sitio imitando a las tribus africanas pero siendo del Primer Mundo,y, por supuesto, los instrumentos tecnológicos de todo tipo y condición: móviles simples, portátiles de diversos tamañaos, reproductores de música MP3, cámaras de fotos digitales, móviles con vídeos o fotos, etc.
A menudo los sentidos los traspasamos a estas tecnologías, se han adaptado a su forma de ver la realidad que sólo conocemos lo que pasa mediatizado por estos aparatos. ¿El mejor recuerdo está en la foto difital o en impresión emocional que se archiva en la memoria? Todo se complementa pero la tendencia es más al almacenamiento exterior que a la vivencia interior. ¿Es malo? Es diferente, propio de los avances que nos introducen "por todos los sentidos".
La Iglesia católica y el actual parque temático del Vaticano son un ejemplo más que no le hacen sombra a cualquierotro sitio donde dirijamos nuestra tecnología. Juan Pablo II supo muy bien trasladar sus aprendizajes y aficiones teatrales al mundo de la comunicación, de la imagen, de la promoción y de las multitudes. Una buena técnica, al mismo nivel que cualquiera que pretenda tener éxito con sus productos o ideas. Una estrategia tan acertada o deafortunada como las que nos rodean: en la política, en la publicidad, en la enseñanza, en cualquier fenómeno social. Sin embargo, sus fieles han sabido practicar con toda la parafernalia tecnológica ante su presencia ya cadáver. Los segundos que pasaban delante muchos los aprovechaban para verlo por detrás de un visor. La foto mejor que la simple vista. Es el ojo electrónico, quizá más seguro que el real. Son manifestaciones diarias en las que todos estamos dentro. Por ejemplo ahora, el teclado de este ordenador como prolongación del pensamiento que se escribe.
¿Son síntomas de las uniformidades del desarrollo?

Uniformidad de informaciones con libertad para informar

Cualquier persona amante de recibir puntual información cada día se ve sometida a un sinfín de palabras o imágenes muy repetidas a lo largo del día. Este incesante bombardeo informativo se ve mejor en la radio o televisión que en la prensa escrita.
Varios ejemplos muy convencionales.
Uno: quien sea fiel seguidor de una sola emisora de radio, que recapacite al final del día si no le han imbuido en su cerebro lo mismo de una o varias maneras, dicho por diferentes personas o ratificado por comentaristas que abundan en los mismos temas o parecidas reflexiones. ¿Es producto de la libertad o de una única línea informativa m—as o menos encubierta o explícita? Por encima de todo, se implora a la libertad de expresión (faltaría más no acudir a ella aun cuando no hace falta).
Dos: quien vaya de viaje y se deje amenizar su tiempo por una única emisora, al llegar a su destino puede hasta recitar de memoria parte de los contenidos escuchados (si es que es capaz de sintonizar las emisoras de radio, labor harto difícil: ¡emisoras digitales, os esperamos!). Los mismos, repetidos hasta la saciedad.
Tres: Cambias de estación de la radio informativa y…más de lo mismo pero dicho u opinado de otra manera.
He ahí la más convencional realidad en unos medios con total libertad para informar. Medios que se parecen o que responden a unas estructuras tan repetidas que la innovación o no existe o se ve acotada en franjas horarias desechadas por los anunciantes. Se parecen a la libertad de precios de los carburantes: todos cobran igual por ofrecer lo mismo cuando se dice que el mercado es más ¿libre? que nunca.
¿Libertad de información o repetición de la misma información formalmente escogida?
Nunca lo sabremos todo, pero sí intentaremos adentrarnos en ese curioso mundo de la información, imprescindible y muy interesante pero también sometido a los vaivenes del mercado.