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el informador informal

Tierra rojiza en la Castilla conservadora

El invierno descubre la otra cara de la tierra castellana. O la misma cara dada la vuelta. Desde las tierras del este de la península, desde el extremo catalán hasta el presente castellano, la estación fría es una impresión. No lo has apreciado nunca en tu piel pero se nota ese ambiente fresco que ya te anticipan los aires pirenaicos, te asegura el cierzo del Moncayo y te confirman las tierras duras del interior castellano. La niebla debe endurecer el semblante o reblandecer los huesos. Esa humedad te cala hasta el fondo y te presenta una cruda realidad que ni las sucesivas capas de ropa son capaces de frenar. Los valles de los ríos se oscurecen con la capa blanca que se pega a los árboles y los pinta de sucesivas capas que se amontonan hasta que el sol sea capaz de despegarlas. También penetra hasta en el pensamiento.

Para el que pasa es bonito, más que para quien está condenado a no ver el sol durante días o a que sus enfermedades reumáticas avisen aún más de su presencia. Y para quien conduce o vive aquí de sobra sabe los rigores del indeseable efecto atmosférico.
A medida que la altura deja atrás la niebla asoman las primeras cumbres nevadas. Su envoltorio blanquecino reafirma la estación invernal. El Moncayo es la primera atalaya del viaje hacia Castilla. Lo rodeas y él se muestra impasible. Es un punto de referencia culpable de los fríos aires del valle del Ebro, un parque natural en tierras fronterizas y un punto de cita para los amantes del excursionismo o de la micología. Y aquí abajo están los campos yermos, tantos terrenos abandonados, desérticos, divididos por vías rápidas de trenes o de coches. Otros ya están roturados y forman una capa rojiza de tierra dada la vuelta. Enseña sus interioridades, pudre su antigua superficie y, con la tranquilidad que da la tranquilidad del tiempo agrícola, espera el turno de la siembra.
Entras en Castilla y las fuertes heladas confirman que la estación más fría se muestra tal como es. La antigua reciedumbre provocada por la inevitable adaptación al medio con pocos adelantos, da paso a las comodidades de una vida mejor. Veloces tractores y otra maquinaria agrícola son capaces de hacer más con menos. El abandono del minifundismo de subsistencia ha dado lugar a menos que trabajan más terreno más cómodamente. Se nota en esas tierras mejor labradas, más iguales, más rojas, más juntas. Rojas por el color del terreno en zonas donde la conservación de lo de siempre aún se impone con más ahínco que las nuevas ideas. Impera lo que siempre ha hecho que esta tierra esté apegada a unas tradiciones que han sido causantes también de su estado actual.
Más allá asoman los Picos de Urbión, también nevados, en las altas tierras sorianas. Majestuosas montañas de donde emerge el río Duero y donde, entre otras lagunas, la laguna Negra siempre causó expectación, antes fue motivo de leyendas y hoy es objeto de apuestas deportivas. Ya se vislumbran las primeras varas de los viñedos, anunciadores de ese nuevo maná  de los caros caldos de la Ribera del  Duero. Parece ser la gallina de los huevos de oro del vino de moda, ensalzado por unos expertos que han animado a plantar más viñas y a asentarse allí gentes inversoras de otras zonas o los ricos que deben presumir de ser también amos de una bodega. Vides y chopos sin hojas que te enseñan su estructura hasta que la primavera la vista  de verde.
Pueblos y más pueblos, el progreso tranquilo, los pequeños cambios de sitios con una belleza cautivadora, lomas con suaves desniveles que acaban en un torrente o en un río, la Castilla que ha embelesado a tantos creativos y que atrae cada vez a más turismo cultural por caminos a Santiago, rutas de la Plata y más sendas y veredas.
Zonas también que atraen otros turismos, polémicos en ocasiones. Las tierras baldías cotizan como cotos de caza, tanto para lugareños rurales o emigrados a las ciudades como para selectos colectivos que pujan por zonas más atractivas. Y clubs, muchos puntos de sugerente luminosidad que ofrecen la diversidad de procedencias femeninas. Curiosa esa carretera en la que, enfrente de uno de estos antros del supuesto placer,  aparece casi en ruinas una casa con el rótulo de “Almacén. Peones camineros”. Antiguos trabajos, profesiones o necesidades.
La niebla, el frío, el hielo, la nieve, el tiempo del momento que forma parte de esa rueda de la vida que gira y repite lo que siempre ha ocurrido.

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