El silencio de los pueblos en invierno
Un silencio que arrecia aún más porque la mala o la buena suerte desconectó la televisión, y encima en la principal semana de la Navidad. No, no a las pocas personas que tienen la valentía de vivir donde siempre. Sólo a alguna casa en la que el regalo fue una mala pasada de la técnica. Imagínate ser una isla en el mundo navideño, estar fuera de la órbita de tantos anuncios y de tantos repasos de lo que dio de sí el año. Poca gente, mucho frío y ausencia de la semiótica analógica del momento.
Un pueblo así y aquí no debe ser muy normal. Sí es más habitual que muchas casas permanezcan cerradas. Un paseo peninsular buscando persianas bajadas podría convertirse en un recuento tan espectacular que confirmaría aún más el poderío que tenemos para acoger a los sin techo en tantos habitáculos cerrados. Bendita propiedad con tantas leyes a su favor.
Sí, se puede estar en Navidad así. Es otra experiencia que te muestra otra cara de la cotidianeidad. Sin ningún ruido, sin tráfico, sin publicidad, sin apenas gente visible, sin la atracción de haga lo que le proponemos que es lo mismo que millones de personas.
Te enfrentas a la hostilidad del entorno y a una diferencia casi monacal. Si te atreves a contarla habrá división de opiniones. Quizá ya tiene valor atreverse a contar que así ha sido mi Navidad. Pero así ha sido, lejos de gente muy querida y cerca de personas mayores necesitadas. También tiene su encanto la búsqueda del disfrute de la diferencia sin tantos atractivos. Quizá otra vez los valoraremos más. O menos aún.
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