El hummer del empresario cazador de recompensas que fue pastor de ovejas
No es habitual ver aparcado un vehículo como éste en una pequeña ciudad, o gran pueblo comercial, de provincias. Sin embargo estaba allí y era de él. Un sorprendente automóvil que filmaban los escasos adolescentes que a aquellas horas de la mañana se enfrentaban a la densa niebla y a unas calles resbaladizas como consecuencia de las bajas temperaturas nocturnas.
Al parecer han llegado pocos a España, procedentes de Estados Unidos. Debe ser el no va más para personas a las que la ostentación de los todo terrenos de aquí ya no les causa esnobismo. Y mira que hay oferta de estos tanques nacidos para el campo aunque ahora lo que menos hacen es conocerlo. Los penúltimos dueños del asfalto se han completado con el mítico vehículo que los militares estadounidenses crearon para sus hazañas guerreras.
Tener un Hummer debe ser el no va más. Parecen blindados o acorazados con las últimas comodidades que, si te dejan paso, es como si te perdonaran la vida. Imagínatelos en cualquier poblado vietnamita o iraquí. Serían la carta de presentación de lo que vendría a continuación. Además, hasta en su país de origen últimamente han arreciado las denuncias contra máquinas que gastan enormes cantidades de combustible y que pueden provocar accidentes, quizá más por la idiosincrasia del supuesto conductor.
En esa pequeña ciudad comercial del interior también alguien tiene uno. Bueno, no es un cualquiera y tampoco el vehículo estaba vacío. El propietario hoy es un empresario de la construcción. De esos que, mientras nadie justifique rumores, ha ganado mucho dinero con el arte del ladrillo y con muchas otras suposiciones. De joven fue pastor de ovejas mientras su madre, viuda, era una jornalera del campo. Otros tiempos que han dado paso a estos lujos. Ahora es un gran aficionado a la caza. De esos que se codean con gente que se mueve muy bien en el entramado económico. Con brío, belicosidad y poderío, con mucho gasto de todo, de los que cualquier amago de deseo están acostumbrados a tenerlo aunque haya que imitar a un Hummer.
Dentro del todo terreno los cristales tintados dejaban ver muchas cornamentas de ciervos, trofeos de caza o de guerra. Hacían juego con el coche y con el anagrama dibujado en la puerta, que atestiguaba que también el conductor tenía una dehesa. Sí, son esos sitios que, si alguien se atreviera a hablar claro o a revelar secretos, deben ser el origen de tantas decisiones que nos afectan a todos, de tantas compras, intercambios, políticas y normas, todo surgido después de una bien organizada jornada de caza, con la posterior cena, juerga y más.
Son las recompensas que se cazan como un efecto colateral de tantas jornadas conegéticas, más rentables para algunos que las horas de trabajo sudadas para pagar la hipoteca del piso hecho por ese constructor que se siente más potente aún al volante de su Hummer.
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