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En formas

Roma: una tentación sin pecado

 Desde el primer piso de la estación ferroviaria romana de Termini se puede observar una multitud de personas que  se mueven sin cesar hacia su destino (o, por lo menos, hacia alguna dirección). Desde la plaza del Vaticano, un voluminoso gentío observa el centro religioso cristiano, entra o sale del Vaticano o, simplemente, contempla el lugar testigo de tantos acontecimientos tan importantes para la historia de la humanidad. Un país en otro país, un enorme gentío que se traslada de un lugar a otro, donde las creencias religiosas parecen convivir, como un símbolo más de lo que debería ocurrir en todos los lugares. Desde los restos arqueológicos de los diferentes foros romanos, en pleno centro histórico de Roma, también una gran multitud revive pasados acontecimientos, tantos cambios provocados por esos pueblos que por aquí han pasado. Al pie de las ruinas dejadas por Trajano, Augusto, César y tantos más, el turismo de masas pasea sus conocimientos históricos como si de un viaje en el tiempo se tratara en una ciudad que es la suma de tantas glorias, derrotas, asesinatos, barbaridades humanas y glorificaciones espirituales. Desde las salas de los dos aeropuertos también se deduce que, después del aterrizaje, la gente se lanzará a descubrir los tópicos anunciados en la propaganda turística y vivirá esas aventuras o anécdotas que suscita cualquier viaje y que son la base para poner una nota diferencial a la hora de contarlo.

Son cuatro lugares entre otros muchos en los que el  cruce de públicos diversos en la actual Roma simbolizan  historias pasadas en una ciudad plagada de pueblos y culturas, de piedras sueltas, de monumentos que se asientan sobre otros anteriores y de esos lenguajes y símbolos explícitos u ocultos que ayudan a interpretar y entender a esta urbe. Una ciudad muy distinta a aquella original asentada en la zona delimitada por el Capitolio, Quirinal, Viminal, Esquilino, Celio, Aventino y Palatino. Las siete legendarias colinas que acogieron a tantos Rómulos y Remos amamantados por una realidad que debían construir.

La Roma eterna se presenta a cada turista como una ciudad mediterránea que ofrece lo que tiene, llena de personas acostumbradas a convivir con visitantes de todas las partes del mundo. Visitas continuas que confieren muchas mentalidades al centro de la ciudad, volcado al turismo como fuente continua de ingresos y de pensamientos, o de formas de entender la vida, abierto a guiar a paseantes desorientados, sea cual sea su origen o lengua de uso.

Roma se te ofrece en los tres estados de la materia y es una ciudad capaz de complacer cualquier objetivo que te propongas, aunque sólo sea mental. Hace tantos siglos que se fundó, ha acumulado tantos estados de ánimo que te puede mostrar siempre ese rincón  que tu imaginación se había formado previamente, hacer realidad la más almibarada versión del mejor folleto turístico. Incluso hasta te puede hacer creer que aquellos dos niños y la loba  simbolizan a tantos visitantes que alimentan sus ansias viajeras en este lugar.

La tentación de la Roma sólida está formada por esos edificios que aparecen en cualquier esquina. Iglesias conocidas y muy visitadas como, por supuesto,  el entorno del Vaticano;  Santa Maria Maggiore, con esa leyenda de la nieve en agosto; San Pietro in Vincoli y su Moisés de Miguel Ángel; la de Santa Maria in  Trastevere; las diferentes capas de la magnífica iglesia de San Clemente, excelente iglesia descubierta al turismo en las excavaciones del subsuelo; la cripta Balbi. También la solidez romana, cómo no, se ve en tantos restos de aquellos romanos que construyeron, destruyeron, hicieron de nuevo y, ahora, reconstruyen o limpian tantos edificios, en muchas ocasiones aprovechados por pueblos posteriores. Piedras recicladas para muchas construcciones, columnas paganas que acabaron en iglesias o casas particulares, obeliscos traídos de lejanas tierras coronados por santos en vez de por sus titulares, estatuas, anfiteatros, esculturas en  posturas diversas, plazas y más plazas en las que a un antiguo mercado se le asoma, altivo, cualquier ostentoso edificio oficial. Tanta y tan sólida arquitectura, aunque haya alguna en tierra, en lista de espera para su restauración o a punto de caer. La admiración para los responsables de conservación de edificios en una ciudad donde, si encima del suelo es visible tal cantidad, en el subsuelo las capas aún no descubiertas deben reservarse para asombros posteriores. Pero la solidez romana es visible también en otras manifestaciones más mundanas que cualquier persona viajera puede necesitar. Tantas piedras colocadas allí permiten también sólidos placeres con otras bases muy gustosas. Por ejemplo, las diversas formas que le dan a la harina hasta convertirla en pastas de diversas formas, bases de pizzas que luego se llenarán de variados ingredientes, y otras comidas que atienden también las necesidades de tantas nacionalidades que son las que confirman la eternidad de esta ciudad. Roma también es líquida. Una tentación muy placentera que se acrecienta en esos veranos mediterráneos en que el calor obliga a buscar alivio en bebidas diversas. La frescura de las esculturas que degluten agua invita a mojarse por dentro. Y Roma cuida los detalles acuáticos con el regalo de mucha agua fresca en multitud de fuentes que esperan en cualquier esquina, sencillos ingenios curvados en forma de nariz con un agujero para que el agua se convierta en una muy funcional forma de beber. O esas compañeras de los viajes ciudadanos, las botellas de agua envasada. Agua y vino. Además de usarse para las ceremonias religiosas, Italia brinda con buenos vinos blancos y tintos, refrescos y aperitivos originales que sirven para homenajear al dios Baco mientras sus efluvios te conceden el bienestar buscado. Agua, vino y café. La merecida fama de este brebaje adquiere en Italia los límites de la perfección. Más concentrado al estilo italiano, espresso, más largo al gusto americano, capuccinos, caffelatte,  en forma de granizado, todos confirman el poder estimulante de una fama ganada a cada sorbo. Agua, café y  los helados. Cómo no probar tantos gustos y tan bien elaborados. Ese placer que se derrite mientras te pone en contacto con originales y creativos sabores. En cualquier lado los conos y tarrinas te acercan a nuevas sensaciones y agradables combinaciones sugeridas por dicharacheros dependientes, que simbolizan esa forma de saber hacer y saber estar propia de la gente romana.  Claro que, hablando de vacaciones estivales y del calor, el asfalto adquiere casi también un estado líquido en algunas horas del día. Pasos de cebra desdibujados o no repintados, el tráfico que parece obedecer a unas normas muy particulares,  el movimiento continuo en un flujo rápido de peatones y vehículos. Es una forma de funcionar distinta, mediterránea, cercana a tantos países que conforman la llamada por los antiguos “La bañera de Ulises”. Roma en estado gaseoso, la tentación de introducirse en una atmósfera caliente, en los olores que ofrece una gran ciudad, mezcla de los habituales fluidos corporales en época de calor, de los más selectos perfumes, de la humedad de los subterráneos de algunos edificios, de ambientadores universales en recintos cerrados, del incienso de algunas iglesias y de aromas de las más variadas comidas de locales típicos romanos y  de otras nacionalidades. Roma es un híbrido de culturas pasadas y actuales en la que predomina la influencia de la religión, el poder de tantos Papas como si fueran sucesores de imperios pasados. Infinidad de iglesias, imágenes religiosas por doquier junto a otras paganas. El turismo admira y retrata las huellas del poder civil y eclesiástico aunque, bien mirado, la sociedad civil romana parece haberse adaptado  a todas las tendencias y, siempre, abierta a acoger a sus visitantes. Y, como gran consuelo aéreo estival, el aire acondicionado.Las tentaciones conviven con las proclamas religiosas, aquella dolce vita debe ser tan real como las sofisticadas marcas de Via de Condotti y otros aledaños de la Plaza de España, o tantos uniformes religiosos que se ven, o toda clase de policías de una capital de Estado (con otro incluido dentro), y personas sin techo que piden por las calles. Los contrastes existen, como en cualquier lado.Los diferentes planos de Roma parecen diferentes estratos de una imaginaria pirámide que se pierde en tiempos remotos. El subsuelo, no hace falta decirlo, debe estar tan escondido que será difícil llegar al primero que dejó aquí sus huellas. Debajo de la actual ciudad deben entreverse capas y más capas de otras formas de entender la vida. Fosos, cementerios, catacumbas que, si se nos dejan mostrar, es por su resistencia a las barbaridades posteriores o por quedar cubiertos por la tierra protectora. De eso saben mucho tantos emperadores, Papas, monjes, mártires e invasores que por aquí pasaron. Difícil tarea la de una ciudad que no es capaz de mostrar todas sus entrañas por exceso de materia prima. El suelo romano concentra aquellos tres estados de la materia y rutas, paseos, propuestas de todo tipo y a gusto de cada bolsillo. Un paseo por el corazón de Roma. Un paseo entre romanos, judíos y cristianos. Un paseo entre Papas y príncipes. Un paseo por los misterios medievales y los tesoros del Renacimiento. Un paseo por el Trastevere y por la isola Tiberina. Un paseo por cafés, por parques, por las calles de moda y de la moda, por la noche romana. ¿Más paseos, más ideas? ¡Adelante!Qué decir de las gentes que cualquier viajero puede contemplar en Roma. Tú te sientes en medio de un público diverso, en continuo movimiento. Se mueve la población nativa en una ciudad rápida, llena de esa prisa que a veces  da la sensación de rozar un caos controlado por hábitos parecidos y por ese sexto sentido de la rutina costumbrista. Las motos son uno de los símbolos de esta urbe. Abundan y conviven con automovilistas y peatones. La telefonía móvil sorprende por su enorme penetración. ¿Qué se dirán todo el tiempo? Cualquier momento es bueno para mostrar el último diseño (italiano o no) y para comunicarse con esa cadencia sonora, tan pegadiza y atractiva. El tono de las conversaciones parece desconocer cualquier exceso sonoro señal de enfado.   Tampoco para el turismo, ávido de verlo todo en el tiempo asignado, con mapas y otros artilugios digitales. Es uno de los grandes motores de la ciudad. Gentes muy diversas caben aquí, también mucha población flotante que no está aquí sólo por sus encantos sino para sobrevivir. Todos forman una mezcla de vestidos, comidas, olores y aspectos que simbolizan el mestizaje que se impone. Hábitos, uniformes, ropa de marca, culto al cuerpo, amor por el diseño y cuidado del detalle, el encanto de las formas y de la estética conviven con personas sin techo, con etnias diversas y con la forma de ser de cada uno. Son algunos atractivos de un entorno del que uno se marcha con la intención de volver. Y no es un eufemismo al uso ni hace falta ninguna genialidad publicitaria para convencernos. Otros han pasado por aquí desde hace tantos años que algo habrán dejado. Pero no nos llevaremos nada en nuestro camino de vuelta a casa. Porque...volveremos. Tal como proclamaba el eslogan de una valla publicitaria de una calle romana: “Una tentación sin pecado”. No, no era un mensaje religioso ni turístico. Era comercial o,  quizá, transmitía esa emoción subliminal que provoca la vuelta a esta ciudad. Ciao, Roma.

Matagalls - Montserrat: tú y tus circunstancias

  La clásica de las clásicas de las travesías largas en Cataluña tiene nombre de dos montañas, dos atalayas que ofrecen perspectivas de varias comarcas y también de muchos esfuerzos. Has oído hablar de la hazaña de un cura que, al parecer, recorrió esta distancia hace ya unos años. También conoces que la tradición senderista, montañera y de aire libre aquí fue un buen refugio para cultivar semillas nacionalistas, independistas o de valores patrios. Actualmente, aún hay público que sigue con esta llama y con aquellos objetivos que, aunque con las trabas propias de cada situación política, esperan verlos factibles algún día. No se dan por rendidos aunque a veces sólo les quede el consuelo de las fronteras mentales, las banderas y demás parafernalia al uso. Sin embargo, hoy una de las banderas para muchas personas es el deporte, el tiempo libre, el contacto con la naturaleza y la superación de esas barreras que tú te impones para dejar constancia de que eres capaz de remontar un objetivo más. Si no te lo crees, observa atentamente, escucha y extrae conclusiones. Ya sé que lo haces y que sigues programas de aventura, que Internet te incita a apuntarte a ese penúltimo recorrido que acaban de inventar y que significa un reto más, que tantas revistas bautizadas como de “outdoor” o tiempo libre le hacen un guiño a tu moral: ¿podré yo hacerlo también?.Inviertes tu tiempo libre en objetivos aparentemente inútiles. Buscas la complicidad de tus amistades que sospechas son fáciles de convencer, diseñas uno o varios planes de entrenamiento, sales corriendo del trabajo para preparar tu cuerpo. Ya entras al  gimnasio con estrés, series, estiramientos, deportes varios, rutas por el bosque, natación. La ilusión de saber que lograrlo depende de ti y de tus circunstancias. Y haces lo que puedes para que éstas no te jueguen una mala pasada. Aunque de sobra sabes que, al final, los planes son unos y la realidad, otra. Pero tu mente está en ello y segrega esas hormonas básicas para que no decaiga la planificación prevista. Eres consciente de que, para estas travesías y para cualquier otra actividad de resistencia, tu cerebro te puede conducir hacia el objetivo final o bien traicionar o, incluso,  ser la pieza básica para una retirada a tiempo. Que, a menudo, puede convertirse en una victoria.  Y ahí viene la duda en momentos de crisis que, sin ser negativos, también hay que tener previstos. Igual pasa con la vestimenta adecuada y el manual de consejos al uso. Fíjate en el gran negocio que ahora se mueve en torno a este mundo cuya público objetivo es el urbanita con ganas de salir de su realidad y volver a ella con resultados positivos fruto de su participación en tantas convocatorias de senderismo, kilómetros verticales, travesías, carreras de montaña o salidas más populares durante los fines de semana. Si te dejas llevar por lo último del mercado, necesitas varios armarios para guardar tanto como hay. El marketing y la investigación no paran aunque todos estos productos deberían tener más en cuenta las opiniones que se oyen en las esperas de las salidas. Las personas practicantes son quienes más han contrastado la validez o no de esos productos en la práctica diaria. Aprendes más con los consejos de quien está al lado que con los test de productos que se publican,  sospechosos de esconder promociones encubiertas. Introdúcete en un gran grupo, escucha y pregunta. Aprenderás. Después, colabora con tu experiencia a que los demás se beneficien de tus enseñanzas. Bien, pues dejemos ya las situaciones generales y vayamos a las particularidades de la clásica de las clásicas, la XXVII edición de la Matagalls – Montserrat. 

  Planteamientos veraniegos 

La continua propaganda veraniega y el espíritu de vacaciones obligatorias (y a ser posible a lugares exóticos y lejanos), a veces traslada a segundo plano ese compromiso casi anual con la Matagalls. Suerte que hay veces en que en junio ya recibes el aviso de que la tengas en cuenta. Bueno, la  dejas para la vuelta. O, en el mejor de los casos, la dejas en cartera por si en los ratos libres estivales buscas momentos para hacer algo más que estirar las piernas.¿Enemigos de la Matagalls? Los habituales en épocas veraniegas: las bebidas, el buen yantar, el musculoso abdomen cervecero y la placidez del mínimo esfuerzo, bien ganado después de tantos nervios acumulados. ¿Eres capaz de renunciar a tales placeres? Quizá no valga la pena. ¿Qué sería de la vida sin ellos? No, no mencionaremos los otros. Hasta te atreves a dar cortos paseos, a nadar, a progresar en la velocidad. Calor, viajes, sudor. Ya está la solución: salir a primera hora de la  mañana a entrenar.  Buena idea si no te la echara abajo la salida nocturna de horas antes. Porque, por la mañana y de vacaciones cuesta levantarse pronto. Pasan los días y te encuentras de nuevo con aquella lista de temas pendientes. Si has sido capaz de apuntar esta salida y de ponerla como prioritaria a la vuelta, ya estás perdido. 

 Vuelves y continúa siendo verano 

El nuevo año cada vez empieza más en septiembre que no en el primer día de enero. Por tanto ahí, a la vuelta de la esquina, ya se asoma ella. Pero, ¿y este nuevo año? Dudas, o no. Al final, si has probado este tipo de marchas, es fácil de cambiar esa pregunta por otra: ¿y este año por qué no? Decidido. Aquí está la disculpa para recuperar la forma perdida y la vuelta a llenar las pilas de la ilusión por lo efímero. Sí, aún sigue siendo verano y ya estás en ello. Diseñas planes de mantenimiento, de ir un poco más allá cada día, te juntas con alguien más y para vosotros aquel concepto del verano ya ha derivado en este nuevo de preparación de la Matagalls –Montserrat. Por si fuera poco, vives en una ciudad con barrios desde donde se ve Montserrat. Tú, en Terrassa, ves esta mágica montaña cada día. Hasta cuando friegas los platos tu ventana está encarada hacia allá. Has hecho acopio en tu mente de tantas imágenes inolvidables. Esos matices de las puestas o salidas de sol, de esa niebla que asciende desde Vacarisses y dibuja o difumina los perfiles tan conocidos, de días apagados de luz en los que resaltan en lontananza los escasos rayos de sol que la tiñen de tantos matices de colores. Vas porque está ahí, porque cualquier salida con final en Montserrat es diferente. Y lo dices tú, que pretendes no mezclar lo religioso ni los significados de identidad con el poder mágico de un perfil único.  

Como para defraudarlos 

También te aportan energía esas personas que te metieron en este mundillo del deporte rápido por la montaña o por el llano. A veces piensas en voz alta y recuerdas tantas personas anónimas, tantos grupos excursionistas, tantos policías, protección civil, ambulancias, clubs de todo tipo que, por un módico precio de inscripción, se esfuerzan en organizarlo todo para que tú disfrutes. A esas personas las defraudarías si no te apuntas. Sí, reciben críticas en ocasiones, nadie es perfecto, tú también les has criticado pero, al final, en frío, siempre les agradeces su anónima labor para que  esto funcione. Y es mucha la gente que colabora en estas “empresas” sin ánimo de lucro. Bueno, más que empresas parecen ONGs.  Cataluña es un gran ejemplo: tantas marchas de la copa catalana, rallys, salidas populares y gente o grupos que nunca aparecerán en ningún programa de salidas. La mayoría de domingos y muchos sábados son testigos del movimiento matinal de mochilas, ropa técnica, bocadillos, bebidas e ilusión en acabar la semana no refugiado en un sofá junto al mando a distancia, sino en contacto tú con tus fuerzas en medio de la naturaleza.  Un ejemplo, para que veas, ese grupo que tú conoces y en el que estás, www.grmania.com  Hay tantos grupos que te los resumo en éste. Pero no olvides que el Club Excursionista de Gràcia es el impulsor de la clásica de las clásicas. Este año tampoco les vas a defraudar. Sólo agradecer su ilusión y esfuerzos para que llenes tu mente con las sensaciones del recorrido y recibas a cambio, además de su continua ayuda, una camiseta antes de salir y un obsequio al terminar. ¿Qué más les puedes pedir?  

Ahora va en serio 

Ya sí, gimnasio, marchas largas, carreras, renuncias gastronómicas. Pasta cada día. Nada de alcohol. Tentaciones nuevas: hablas con quienes han probado suplementos dietéticos, hierbas, preparados que responden a cierta ayuda mental que aseguran revertirá en tu físico. ¿Será ético tomar estas sustancias? No son raras, las venden en cualquier sitio, no hay investigaciones tipo Operación Puerto detrás que te puedan perseguir. Suplementos vitamínicos, reforzantes de cartílagos, glucosas y similares, apósitos diversos, masajes, estiramientos varios. Y, sobre todo, vaselina. No te rías ni pienses en otras cosas, es indispensable. Todo para que tú puedas mejorar tus circunstancias. A ver quién no tiene una bolsita en casa con esa poción mágica personal que te fortalece en momentos de duda. Tan en serio va que te preparas también en las distancias largas. Empiezas con tu simulación del esfuerzo cada vez un poco más allá. Programas salidas algunos sábados de madrugada para volver a la hora de comer con más de cincuenta kilómetros en tu hoja de servicios. Recibes el amanecer con los ladridos de perros de las urbanizaciones, coches aparcados bajo la luz de la luna con mucho placer dentro mientras tú no vienes de fiesta sino que vas de trabajo. En vez de alcohol, agua; la resaca son las ojeras por no haber dormido lo suficiente, el desayuno en la cama es el bocadillo y las sábanas son poco más que la camiseta, el pantalón corto y el chubasquero por si llueve. Tiras millas, sigues y no te cruzas con casi nadie. Y te vuelves a hacer de nuevo tu vieja pregunta: para qué reivindicar tanto marcar senderos, turismo ecológico y vida sana si casi nunca te cruzas con nadie caminando. Menos mal el éxito de las bicicletas de montaña. Saludos, compañeros. No, con quienes tienes malas experiencias es con algunos conductores de quads o de motos todo terreno. Hay de todo pero algunos  te obligan a salirte del camino debido a su prepotencia. A pesar de todo, sigues y crees que ahora te toca esto. En otros momentos también disfrutas con lo que ahora renuncias. Tenlo en cuenta. No todo va a ser sacrificio y sufrimiento. Siguiente paso: papeles.  

La inscripción, un paso más 

Un formulismo necesario. A dónde vas hoy día sin papeles. Supones que, visto lo visto, a muchos sitios pero no a la Matagalls- Montserrat. Bueno, también hay quien usa otras estrategias. Para ser más auténtico todo, quieres inscribirte en el lugar de autos. Aprovechas llenar la tarde con otros asuntos y, uno de ellos, es ir a la sede del Club Excursionista de Gràcia. Todo un viaje. Sales del tren y parece como si fueran los primeros kilómetros desde Collformic. Apretujones, sudores, prisas. Colas como para reservar hora de salida el día de la partida o para los avituallamientos masificados. Llegas con tus ocho encargos de inscripción al Passatge Mulet, una corta calle en donde se encuentran las mentes pensantes que organizan la clásica. Una hora antes de la apertura de las inscripciones ya hay gente. ¿Tema de conversación? Fácil suposición, monotemático. Todos participan contando sus experiencias, la sonrisa de quienes cantan llegadas y ese conocimiento que le facilitas a quien está a tu lado por si les sirve para algo. Tus circunstancias se enriquecen con las de los demás. O, lo que en términos modernos de Management, hoy se llamaría Gestión del Conocimiento de la Matagalls-Montserrat. En estos momentos disfrutas desde la quietud de un viejo sofá: se te agolpan recuerdos, los comparas con lo que escuchas, animas a indecisos y casi nunca sacas a relucir algún abandono o esos momentos nocturnos en que, en medio del bosque y al amparo de las estrellas,  te haces las estereotipadas preguntas al uso: ¿qué hago yo aquí a estas horas con lo bien que estaría en otro sitio? ¿Quién me habría mandado repetir un año más? No, de eso no se habla mientras pides inscripciones, observas esa camiseta roja con los nombres por donde pasarás y tu gran preocupación del momento es acertar con las tallas de los ausentes. Con toda la carga burocrática y de vestimenta vuelves al punto de partida. La suerte está echada.  

Preparados, listos... 

El día de la fecha acuérdate que vino precedido por tormentas continuas y un tiempo inestable. Cada día pendiente del tiempo en la televisión, con Internet a tope para descubrir si en algún sitio había alguna predicción que coincidiera con tus intereses. Nubes y claros y chubascos dispersos. El tópico. Pero esta vez se cumplió. Por la mañana, a la hora de salir desde Terrassa, el cielo te despidió con una ligera lluvia. Buenos principios, pensaste. No pasa nada. Adelante. Será una nube pasajera. Así animaste a quienes también creían que se hace camino al andar. Dirección Vic, salida Seva, carretera de Collformic. 1143 metros de altura. Mossos d’esquadra. Carretera con cinta indicadora de que si aparcabas empezabas la Matagalls ganando un disgusto y perdiendo puntos y dinero. Y atisbo de la primera cola. A eso ibas. O sea, a hacer poca cola para librarte de lo que estaba por venir. Ya a las 11,15 horas había lista de espera. Y también esa invitación en rojo: “Gaudeix” (Disfruta). Te lo sugería la Coca Cola, ¿quién sino? Además, te invitaba a beber. Tú y tu compañía respetaste el orden mientras, un poco más allá, te sorprendió una persona a la que saludaste. Un hombre de tierras gironinas con el que coincidiste en una salida anterior en la Selva del Camp. Más de 65 años a sus espaldas y una hoja de servicios intachable: cinco Maratón de los Sables (lo de maratón es un corto eufemismo), aventuras en marchas por Jordania, multitud de salidas de todo tipo y su siguiente proyecto, después del de hoy: una gran escapada por Mali, andando, por supuesto. Lo mirabas con sana envidia y admiración. El rastro de tanto esfuerzo se dejaba notar en su musculatura, en nada de ropas de colorines chillones, sólo unas zapatillas desgastadas más por el abuso que por el uso. Por lo demás, el paisaje humano era variopinto con tendencia a la paulatina aglomeración, sólo despejada cuando la asignación de horas colocó a cada uno bajo las órdenes del reloj oficial. Gente, mucha gente. 2695 personas parece ser que pasaron por el punto de salida. Y salieron, claro. La hora de la comida campestre, ya sabes, pasta de todo tipo, hidratos de carbono para dar y tomar, bebidas energéticas, zumos, frutas y reposo mientras el cielo plomizo te refrigeraba con gotas intermitentes de agua. Malos augurios para empezar. En estos  momentos, si hay que descubrir la parte del cuerpo más mimada, sin duda la incógnita es fácil de resolver. Los pies aquí viste que eran tratados a cuerpo de rey: manoseados, masajeados, aseados, untados con pociones diversas, protegidos y casi momificados con protecciones varias. Capas de tiritas, vaselina, parches de última generación, calcetines anti no se sabe cuántas cosas, polvos mágicos, ungüentos que te transmitían cierta seguridad en el andar. Después, ajustes de mochilas, pruebas anatómicas, comprobación del más mínimo atisbo de rozadura, milimétrica colocación de cada recurso y, con todo esto, ya puedes decir que ahora sí,  la suerte está echada.  

…¡Ya! 

Aquel reloj en el punto de salida con la hora oficial te daba el testigo de que, a partir de este momento, tú eras tú y tus circunstancias. Saliste de los primeros pero, antes que nadie, los veteranos. Un detalle amable hacia quienes no parecía que pertenecieran a ese eufemismo de la tercera edad.  Había que verlos. Aquí sí que eran todos los que estaban. Acumulaban muchas vueltas en el cuentakilómetros imaginario de sus pies. Estaban orgullosos de acudir a la cita, debían pasar mentalmente lista para saber las ausencias, quiénes ya o no podían o el destino les había conducido  por otros caminos  eternos. Parecían formar parte de cierta selección natural, orgullosos ellos y ellas y el resto deseando llegar así  allí cuando pase el tiempo.Los 25 que salían cada minuto transformaron el camino en esa serpiente multicolor que se prolonga sin fin. Mientras, te adelantaban las máquinas humanas, una nueva especie de seres que no llevan casi nada encima, que pasan como un halo a tu lado y que, la mejor forma de verlos es adivinarlos. Veloces, musculosos, fruto de gimnasios y técnicas variadas, se abren paso sólo por su impulso, el cual a veces es más agresivo y chulesco de lo que exige el guión de estas marchas. Tú a lo tuyo. Rapidez, sorteo de charcas, resbalones en el barro, te dejas caer sin caerte, claro. La testosterona te provoca una fuerza explosiva que te impulsa a acabar pronto la bajada hacia Aiguafreda.Una vez allí, ya lo sabes, todo lo que baja te gusta que suba y aquí los toboganes son continuos. Menos mal que los oasis de cada avituallamiento te reconfortan. No haces colas porque vas en el pelotón primero. Controles, avituallamientos, luces a lo lejos, algunas casas de pagès en medio de un cielo en el que quieren despuntar las estrellas siempre que las nubes las dejen. El estiramiento de los grupos dispersa a los participantes y también aísla a quienes ya venían solos o se han quedado así por imperativos de fuerza o de ritmo. Pero no pasa nada. Te pegas a alguien y varias luces iluminan mejor que una. Solidaridad en el camino, búsqueda de las señales verdes y rojas, alguna conversación aunque sea de la especie fática y también algún teléfono móvil que recuerda las modernas señales de la civilización. A medida que la noche se estira, los efectos se dejan sentir. Ves suaves cojeras que evolucionarán a algo más, mentes en blanco que se balancean mientras caminan, andares más desacompasados que horas antes e, incluso, te cruzas con aquellos jóvenes explosivos que debieron gastar todas las reservas de glucógeno en sorprenderte con su aire en los primeros kilómetros. Así es la vida en la Matagalls. Les dices si necesitan algo, les ofreces lo que tienes y les prestas unas palabras de ánimo. Vamos, muchacho que Sant Llorenç Savall está cerca.Después de la enésima bajada, ahí lo tienes. Debes estar contento. Antes el control estaba situado a la puerta del cementerio. No, no era una figura literaria. Los de dentro no debían notar el paisaje humano de los de fuera. Ahora ya lo tienen un poco más lejos. Allí están instaladas carpas, personas que esperan en el punto crítico. Ese espacio en que confirmas o no qué haces tú aquí a estas horas, y más si te han venido a reconfortar con detalles gastronómicos, mantas, agua y sal. La duda ofende pero aquí se da más de lo que debería. Lo lógico, seguir. El té, el caldo, fruta, bocadillos y tu voluntad de acabar te conducen a enfocar el frontal al fondo y de frente. Queda más o menos la mitad pero los kilómetros ya descuentan. Sigues hasta encontrarte con pronunciadas subidas que te conducirán a los donuts de Matadepera (ya sabes, el avituallamiento que este año se encumbró en las alturas, abandonó la parte baja de esta zona de viviendas no obreras y te recibió aquí arriba). No haces ruido para que no se molesten ni los perros ni loss amos de esas torres que ya te gustaría saber cómo se consiguen tener, y no con un sueldo. Bajas para, una vez arriba otra vez, ver ya al fondo el destino final. Las luces de Montserrat te dan fuerzas para llegar, si bien ya conoces la forma: subir, bajar y subir. Otro cementerio, en esta ocasión el de Vacarisses, a cuya entrada te avituallan por última vez hasta que  acabes. Pocas personas se ven por esta zona. A tu lado va aquel joven que llevaba una linterna que funcionaba con una dinamo que tenía que girar a menudo con una manivela. Qué mérito ir así. Otro iba escorado por una ampolla, tú sorprendiste a una gran piedra con tal patada que perderás por segunda vez en un año la uña del dedo gordo del pie izquierdo, tu compañero vomitó varias veces, había gente sentada al lado del camino y otros que se juraron llegar aunque fuera a rastras. Claro que hubo quien, para ser reconfortada y animarla a acabar en Montserrat, le trajeron churros para desayunar y una caravana para hacer cómodamente sus necesidades.  

Y, por último… 

Además del primero que llegó en poco más de ocho horas, esto es parte del rito de la clásica de las clásicas y de otras salidas de este tipo. Ánimo que los perfiles de la montaña están al lado. Una vez situado en su falda, en Monistrol, te sorprendiste a ti mismo con un derroche de fuerzas y gastaste las penúltimas energías que te quedaban (en algún depósito en reserva) en subir hasta el control final en 29 minutos. Para ti y para tus compañeros fue una proeza con la que acabaste, una más, esta institución andante. Una vez ya con el detalle y el agradecimiento al Club Excursionista de Gràcia por los servicios prestados, miraste hacia abajo y deseaste suerte a quienes con ilusión se imaginaban llegar a donde tú estabas. Hubo quienes honraron sus creencias con una visita al recinto sagrado y a la Moreneta.No, lo importante no es el tiempo. El camino, el viaje hacia esa Ítaca es lo que importa. Un año más estás aquí, quién sabe qué pasará el próximo. Viste compensados tus esfuerzos, casi todo salió bien pero también llevabas un plan B por si algo se torcía. Al final, lo que más valoras son los planes, la preparación, las ilusiones.

En caso de que las circunstancias no te hubieran sido favorables o, si lo tuyo es descubrirle  nuevos sabores o matices,  recuerda: el año que viene siempre te quedará de nuevo la Matagalls – Montserrat.      

Reconocimientos deportivos

Parece que lo que no consiguen otros métodos es capaz de hacerlo el deporte. No creas que sólo hablamos de lo bueno, esos tópicos que a veces son verdad y otras no. Los lemas olímpicos se cotizan muy alto y la deportividad a menudo está ausente de algunos eventos deportivos.

Pero el sábado ya me comentaste el gesto que tuvo el público madrileño con su equipo rival. Un gran detalle el reconocer los indudables valores que demostraba en el campo. Mucha gente del campo demostró lo que se puede hacer si la razón se impone por encima de los sentimientos.

No era fácil. El ambiente madrileño ya sabes con cuánta tensión se había cargado. El voltaje era excesivo, no sólo por frases improcedentes de algún jugador que ya se disculpó. Aquí jugaba el factor político, los boicots, los falsos separatismos y los estatutos. Nos gustaría saber qué enseñanzas sacaron tantas personas que recuerdan al del treinta aniversario cuando analicen los aplausos de ese público. Ése sí que fue un comportamiento deportivo, entendimiento y presentar la vida real mucho menos crispada que algunos provocadores pretenden hacernos creer.

Ganó el equipo de aquí pero venció el público de allí. Un gran gesto que debe ir más allá.

El otoño en pueblos de la montaña

Mucho color, mucho atractivo visual, muchas sendas para pisar y muchas casas cerradas que abrir. Los pueblos  de montaña se despueblan de personas fijas y cada vez acogen a más eventuales que construyen sus mansiones a imitación de dudosas estéticas. Les añaden vida eventual, otras costumbres y esa forma de ver el paisaje que se forma en las ciudades y se pretende trasladar a otro medio que, en su mayoría, desconocen.

El otoño es atractivo, siempre lo ha sido. Los colores de las hayas, robles, arces, avellanos, chopos, castaños y otras plantas herbáceas forman una cascada impresionista en que el sol extrae los matices de tantas hojas que deslumbran y cuya vida ya es demasiado efímera. Oír cómo el aire hace volar y descender las hojas, el leve crujido de esa alfombra vegetal que da pena pisarla, la inminencia de esas ramas que se despojarán de su cubierta para quedar expectantes al transcurso de los días en espera de lejanas primaveras.

Los frutos del bosque se ofrecen ahí, sólo falta el atrevimiento a cogerlos: setas, trufas y tantas frutas que caerán y se integrarán en la alimentación de la tierra. Es la época del regalo del color y de los productos naturales. Hasta los árboles de tantas casas que sólo se abren unos cuantos días al año dejan caer también sus frutas. Parece que los amos prefieren comprarlas envasadas y llenas de productos químicos que no venir a recoger un regalo no aceptado.

Los pocos habitantes fijos de estos pueblos son la última biblioteca viviente de épocas pasadas y casi olvidadas cuando se cierre la última página de su vida. La jubilación es el nexo de unión con la auténtica vida rural que poco a poco desaparece hasta del recuerdo. El fin de semana, el esquí, los deportes de aventura, la contemplación y la especulación parecen ser la proyección en el futuro.

Pero un día el paisaje no tendrá quien lo cuide, los todoterrenos  deambularán por caminos intransitables, los prados se llenarán de esa vegetación que todo lo cubrirá hasta el próximo incendio. Quizá nos quedemos sin jardineros y sin jardines. Pero nos adaptaremos a ver lo de antes reconvertido en un sucedáneo innovador. Y nos encantaremos con lo que tenemos.

Será otro otoño, otro tiempo, otro paso más de la evolución sin marcha atrás. Unos cambios también con experiencias positivas llenas de nuevas ideas y nuevas adaptaciones del campo a los tiempos más modernos.

Mientras, los paisajes de postal están ahí pero son muy efímeros. Su disfrute es gratis. Es cuestión de abrir los sentidos y dejarse llevar.

 
 

 

Otoño en el Montseny y sus alrededores, con los sentidos a flor de piel

Caminar en otoño por los bosques es tan sugerente como hacerlo durante el resto del año,  si no fuera por los mensajes que la naturaleza envía a los sentidos en esta estación.
Todas las montañas son idóneas y respresentativas. Cojamos una cercana, el Montseny. Quien no la conozca puede situarla y conocerla por una de sus riquezas, que explotan muchas compañías de agua mineral embotellada. Pretendo que una chica como tú conozca una montaña como ésta. Para ello te relataré una experiencia.
Soy víctima de tus bromas cuando te digo que me gusta caminar y que, desde hace años, participo en caminatas de larga distancia. Me dices que vigile con la edad, con la vista no muy afortunada que tengo, con el corazón y con los abusos que provoca en las articulaciones hacer más de cincuenta kilómetros seguidos. Tienes razón pero ya sabes, uno sigue haciéndolo aunque haya achaques y los resultados nunca se sitúen entre los mejores. Todo lo contrario.
El Montseny es un pulmón natural de la provincia de Barcelona. Y es el punto de partida o de llegada de muchas travesías. Los de ciudad echamos la adrenalina, nos ponemos a prueba, vemos nuestras limitaciones y nos maravillamos de una naturaleza diversa que te sorprende en cada estación. Quien nos convocó en esta ocasión fue la Agrupación Científico-Excursionista de Mataró. Organizan muchas actividades a lo largo del año. En esta ocasión, fíjate en el nombre, La Marxassa. Imagínate cómo será si la comparas con otra más familiar que la llaman La Marxeta. La Marzassa recorre una distancia de 63 kilómetros con un desnivel acumulado de 3.110 metros. Lo de menos es el tiempo que se tarda. Los más rápidos y los más lentos los iguala el camino.
La gente de la organización es admirable. Un día al año, hoy por ejemplo, se dedican a ayudar a quienes se apuntan a La Marxassa. Son espléndidos, con una ilusión que la transmiten  a quienes llegamos cansados. Su nivel de atenciones, excelente. Son el ejemplo de tanta gente que organiza cosas para que otros disfruten, sin recibir a cambio nada más que la satisfacción de haber contribuido a hacer la vida un poco más agradable a los demás.
Imagínate un sábado 22 de octubre a las 5 de la mañana en Mataró. Gente de mjuchos sitios que han acabado su semana laboral e inauguran el fin de semana con un madrugón con el único objetivo de recorrer tantos kilómetros. Algo  encontrarán para hacerlo. Intentaré transmitírtelo.
Subir a uno de los autocares que te lleva al punto de salida, a la ermita de Sant Martí de Montseny, significa descubrir a gente intrépida que se pone a prueba física y mentalmente. No sólo cuenta el físico. Si tu cabeza no aguanta los contratiempos corporales, si escucha demasiado los pequeños problemas de tu organismo, la retirada es la más fácil solución.  La comodidad es una enemiga de la lucha, de eso que llamamos tú y yo como la conquista de lo inútil. La carretera, de noche, te anuncia en cada curva que estamos en otoño. Los remolinos de tantas hojas secas, las hojas amarillentas de los árboles y el continuo desprendimiento de éstas con el viento te sitúa en el otoño en el Montseny. Una estación que te mostrará su colorido aspecto a medida que la luz puede con las tinieblas de esta hora tan temprana. A las 7 de la mañana es de noche pero los músculos está esperando el inicio. Justo ahora. Los tramos de bajada continua en fila son la antesala de caminos más anchos, pistas y algunos tramos de carretera.
A estas horas, los pájaros ya entonan sus cánticos y el incesante murmullo de tantas bajadas de agua son dos músicas naturales en el camino. El agua, tanta agua como brota en esta montaña, mucha de la cual servirá para ser explotada por multinacionales que han tomado el Montseny al asalto. La embotellan, explotan los acuíferos y a veces, sólo dejan en los lugares pocos puestos de trabajo y mucha contaminación de plásticos y derivados.
Continuos repechos te ayudan a calentar los músculos y a probar tu estado físico. Fíjate, es fácil confiarse y en los primeros momentos desgastar tus reservas sin pensar en el largo camino que te espera. Al final aprendes de tus torpezas, prometes corregirlas la próxima vez pero te ocurrirá otra cosa, te volverás a prometer no caer y así sucesivamente. Caminar así es un continuo aprendizaje y la perfección está más en acomodarte a las circunstancias que en soñar situaciones ideales.
El Montseny siempre es amable y en otoño más. Espacios como la Font Martina, Fogars de Montclus, Campins, son nombres en medio de los cuales se ven arroyos de folleto turístico, cascadas de agua de postal y la típica vegetación caducifolia que te muestra tantos matices de colores en sus hojas. El suelo es una muestra de productos que son un regalo comestible. Los erizos de las castañas te descubren esos frutos típicos de primeros de noviembre, los madroños adornan los caminos con tantas frutillas rojas desgranadas a tu alrededor, las setas están a tu disposición en gran abundancia, los palosantos o kakis, los higos de las chumberas y, por encima de todo, la gente que participa.
Las personas de estas largas caminatas de resistencia son diversas. Sin embargo, el camino une y a menudo muestra las mejores cualidades que llevamos las personas llevamos escondidas en nuestro interior. Por ejemplo el compañerismo, la solidaridad y la ayuda. Ya sé, me dirás que habrá de todo. Cierto. Pero yo tengo grandes recuerdos de las aventuras por los senderos y caminos. Sales con un grupo de amistades y el recorrdido sitúa a cada uno en su lugar, con sus circunstancias. Quedarte solo te da la oportunidad de escucharte a ti mismo, de ir con la mente en blanco, de oír esa música que te brinda el MP3 o de compartir tramos con tra gente que va sola también. La aventura a veces está más en cómo se llega que no en el final.
Sant Celoni, Sant Martí de Montnegre, Vallgorguina, el Santuari del Corredor, Sant Martí de Mata, Mataró. Sitios de paso que estaban llenos de tanta gente que practicaba el ocio a su manera. El camino fue una muestra de la actividad humana más diversa: amantes de las setas, leñadores, paseantes, deportistas que entienden el camino como nosotros, amantes de la buena mesa en tantos restaurantes como hay, y vehículos. Muchos vehículos de todas clases y colores. A veces ya son plagas peligrosas. Como la moda de los todoterrenos que parecen los amos y señores. O las motos de cross y la última especie de invasores, los quads. Según quien conduzca estos artefactos, caminar puede convertirse en un peligro. Su única ley es la velocidad y la demostración de la fuerza que da el precio del aparato y la ostentación. Debe ser la única aventura semanal de sus propietarios. Y le llaman deporte.
No quiero cansarte más con mi particular forma de aventura. Sólo incidir en el valor humano de la gente. Lo digo siempre: la gente, el paisaje y la organización justifican no dormir, participar y cansarte. Hablé con varias personas y descubrir en especial a una. Hubo un hombre que subió conmigo en el autocar que me transmitió su testimonio y experiencia con la Núria-Queralt, una caminata mítica que yo he hecho en dos ocasiones. También, con la Matagalls-Montserrat de este año, un reto pasado por muchos litros de agua al principio. Su experiencia la compartió conmigo tanto que me sentí como su compañero de fatigas. Pero mi gran descubrimiento fue una chica con la que compartí los últimos quince kilómetros. Era de Sabadell y se llamaba Montse. Iba sola y padecía algunos problemas parecidos a los míos. Ambos pagábamos el tributo de la distancia pero queríamos llegar.
Te aseguro que hablamos de muchas cosas y que supimos llegar al final. Para mí fue un ejemplo de querer y poder, de enfrentarse a un último tramo con tendinitis pero con mucha ilusión. Créelo, me enseñó mundo y me transmitió la ilusión de alguien mucho más joven que yo que tiene muchas ilusiones. Imagínatelo, creí subir al Kilimanjaro cuando ella me explicaba su aventura con su compañero por tierras de Tanzania. O sus experiencias por otras tierras africanas o de América latina. Y, sobre todo, su ilusión por acabar La Marxassa. Créeme, sentí una gran alegría interior por ella al final. Luchó y lo consiguió, fue una recompensa más. Como estoy seguro de tantas como tendrá, aquí en estas caminatas o en la vida en general.
No me preguntes si vale la pena participar y ver el otoño así. Claro que sí. Tendré agujetas pero volveré a otra de estas conquistas de lo inútil. Tú y yo llamamos así a estas aventuras en que el valor es físico y espiritual. El del dinero se lo dejamos a otros, a los de siempre.
 

 

La conquista de lo inútil

Muchas veces te asombras de tanta gente que aparentemente se propone objetivos sin rentabilidad material. Te asombras porque te gustaría conocer a mucha gente de ésta, investigar el valor de eso que llaman inútil pero que debe ser de lo más útil que pueden conquistar.
Mientras tanta gente dedica su tiempo sólo a lo material, te admiran quienes ofrecen sus horas para conseguir lo otro. No, no vamos a definir qué engloba lo inútil. Cada uno que diga lo que quiera. Te preguntas si este factor es proporcional a cómo es cada persona. Desde mi punto de vista, sí. Pero eso no desprestigia a quienes lo ven de otra forma.
Ya crees tener una cosa clara: tú dices que partirás de lo útil para derivar hacia lo inútil.

El mejor y el mejor ejemplo

No sé si te has fijado en la repercusión que tiene en todos nosotros la opinión pública. Suelo hablarte de este término a menudo. Quizá sea porque en la universidad había una asignatura que se llamaba así. O puede que sea porque nos arrastra más de lo que creemos.
Todo viene por el tratamiento que se le ha dado y se le da al reciente campeón de Fórmula 1, el asturiano Fernando Alonso. Entre muchos es un fenómeno que arrastra a las masas. Gozó de relativa buena prensa hasta que le concedieron un premio principesco. Ahí se desató la caja de las opiniones contrarias. De muy bueno pasó a objeto de falsos encumbramientos, de deportista ilustre en el motor a sujeto usado para determinadas finalidades. Aquí criticamos con o sin razón y somos especialistas en subir o bajar a alguien en breves momentos. Algunos lo ven como un periférico que vive fuera y que nació en una comunidad autónoma no histórica, convertido en símbolo estatal. Y esto molesta a los autónomos que sólo saben mirarse su ombligo todo el día.
Su frialdad y nervios de acero, la formación y obsesión por el esfuerzo y el rigor, la abstemia alcohólica hasta en la celebración de su mayor heroicidad, la promoción de los límites de velocidad por parte de quien su velocidad profesional no tiene límites, he ahí algunas características menos publicitdas que la marca del vehículo o la del cigarrillo o telefonía que lo patrocina.Críticas no faltan: bienvenidas. Espionaje y persecución a su vida privada, tampoco. Pero nadie cuestiona el derroche de su profesión, ni si eso es un deporte o no, del ejemplo que dan al lado de las campañas de tráfico o del glamour de tanta gasolina quemada y bien administrada por los amos de un fabuloso negocio.
Del mejor al más cuestionado no hay más que un paso, aquí los éxitos duran lo que se difunde la primera crítica destructiva coreada por los voceros menos afamados del reino. La cara y la cruz de personajes públicos y también de ti o de mí.
He ahí la opinión pública de la vida.

Las princesas de cada día

La monarquía, ni tocarla, muchacha. Ni se te ocurra pensar que tú y yo hablaremos de temas tan regios. Para que después alguien nos critique por criticar o por no estar con el pensamiento único e inmensamente feliz sobre este tema.
Quería comentarte una película dura que trata un tema tan real como que hace siglos que ya pasea. Sí, pasean ellas, las protagonistas, las prostitutas o putas, las protagonistas de un oficio combatido, legislado, burlado, mimetizado y muy cuestionado hoy, tanto por legisladores, ayuntamientos, feministas, machistas y demás ISTAS que en el mundo viven de pontificar sobre cualquier tema. La película se llama “Princesas” y Fernando León te muestra la más cruda realidad de estas personas.
Sé que las respetas mucho, crees que son para un tipo de hombres, piensas que la gente joven hoy tiene más libertad de relaciones como para acabar con ellas, estás de acuerdo en legalizar su oficio, profesión, mercado, ambiente, paisaje urbano o como se llame. Crees que la dignidad de sus vidas pasa por nuestra escala de valores. Algo a donde te llega esta película. La crudeza del retrato de sus vidas, las conversaciones, la distancia o aproximación a la vida desde detrás de los cristales de una peluquería, el mundo que las atenaza define la dura realidad, el dramatismo, retrata cómo es esta sociedad.
Pero también los sentimientos afloran por su piel y muestran que son como tú o yo, quizá en esa vida por elección voluntaria o por necesidad, pero con un bagaje relacional que describe más a los usuarios que a ellas. Cuando hables con tus amistades, no te cierres a estos mundos y observa que, entre su lenguaje de marcado significado sexual, afloran interpretaciones de la vida y pensamientos dignos del más encumbrado filósofo. Son princesas que esperan una salvación, que dudan si la nostalgia no sólo se da por el recuerdo de agradables tiempos sino si habrá nostalgia por algo no vivido aún, son princesas que creen que existes siempre que alguien piense en ti, que se conforman con el sueño de que un amor te espere al salir del trabajo o con esos papeles de la inmigrante que ha caído en manos de un funcionario sin nombre. Son princesas porque cuando llega un amor se olvidan de su trabajo por dinero, porque tienen tanta dignidad como las otras y porque seguro que la música de la banda sonora, compuesta por Manu Chao, les sonaría a rara a las situadas en escalafones demasiado elevados, las cuales muy a menudo se convierten también en protagonistas de (la) película, aunque salgan cada semana en el papel couché de las revistas.
Ellas, tan princesas como tú, mi princesa.

Turismos vacacionales

Eres joven pero ya has probado las mieles del turismo veraniego, ese que nos toca por derecho laboral aunque tú aún no cobres por tus estudios adolescentes. Sé que te esfuerzas y que te animan, te convencen con que el futuro es tuyo. Una chica lista y con muchas miras (no te rías por la frase tópica. Ves más de lo que crees)
Es la época de viajar, la moda de desplazarse, de moverse, de cambiar para volver igual o no. Titulares publicitarios de un día en los papeles diarios: “las otras vacaciones”, “imagina una isla”, “no te lo imaginas. Hazlo”, “vacaciones por descubrir”, “una oferta mítica”. Ofertas y superofertas que ponen a nuestro alcance el descubrir otros mundos, estén donde estén. Ver para contar, salir para demostrar, cambiar para volver, experimentar para explicar, captar para enseñar, gastar para vivir.
Así podría ser si no fuera que cada uno se hace o se imagina su experiencia y la vive como única, un deseo en el que fructifican los meses pasados y esos sueños que ahora se intentan convertir en realidad. Modelos turísticos hay muchos, tantos como vivencias. Ninguno es mejor que otro si quien lo ha escogido encuentra en él su paraíso temporal.
En esta exigencia social por salir sólo queda consolar a quienes no pueden probar esta fruta permitida para todos menos para ellos. Porque, a quienes no quieren salir, qué decirles: hartos de más de lo mismo, no hay nada nuevo bajo el sol, en la diferencia está la esencia, quedarse para abarcar más puntos de mira, la comodidad sin apenas riesgos, el moverse estándose quietos con tantos avances como hay, imaginarse un destino ideal, leer experiencias ajenas, asumir el ser de otra manera, o raros o fuera del común de los mortales en fechas tan señaladas para el ocio casi obligado.
No me veas como un aguafiestas con lo que viene a continuación. Quiero compartir contigo reflexiones adecuadas a una chica tan espabilada como tú. Juan José Lahuerta ha publicado un libro titulado “Destrucción de Barcelona”. Este autor se mete con ese tipo de turismo al que nos apuntamos nosotros, el turismo cultural, y dice que éste no es más que un eufemismo porque el turismo siempre es masivo y depredador por naturaleza. Te leí aquel recorte de EL PAIS con una cita textual suya: “El régimen nos obliga a viajar, el turismo es uno de sus máximos negocios y haber estado en alguna parte una condición necesaria en el esquema de nuestra alienación. Como turistas trabajamos en unas condiciones físicas y morales que ya no aceptaríamos en ninguna parte, y lo hacemos no ya gratis, sino pagando. El turismo no sólo nos conviene en los consumidores por excelencia, sino que hace de nosotros al mismo tiempo el productor y el producto, puros productos de la producción”.
Acabado mi párrafo me sorprendiste con el recuerdo a esa otra lectura que te hice hace unos días y que te sorprendió. ¿Te acuerdas? Se publicó en el diario parisiense LE MONDE el 12 de agosto pasado. Tranquila, te volveré a leer ese trozo que tanto te sorprendió. De entrada te enganchó la cita al libro “El idiota que viaja” del antropólogo Jean-Didier Urbain. Pero tu interés de aplicada estudiante adolescente aumentó con las siguientes líneas textuales: “..Las quejas contra estos turistas que viajan son innumerables. Son destructores, consumen los monumentos y los lugares que visitan. Favorecen la contaminación y obligan a crear instalaciones inútiles y costosas. Por su causa, los países de acogida fabrican identidades caricaturescas y estereotipadas. En resumen, el turista es un invasor que paga, el último avatar dela globalización. Pero, ¿quién es el turista? Es siempre el otro, aunque en realidad todos nosotros hemos sido o seremos turistas” Una cita que nos hizo pensar y te provocó un análisis de nosotros y de los demás.
Más adelante, cuando casi habías olvidado filosofar sobre turismos y vacaciones, recuperé el tema desempolvando un texto sacado de mi desordenado simulacro de archivo de recorte de diarios atrasados. Un artículo del gran Vicente Verdú titulado “La vacación y yo”, en EL PAIS del 20 de julio de 2000. Como mis ideas son limitadas alimento las tuyas con esta cita: “La vacación es la emancipación, la suspensión delos valores que configuraban la reiteración de la cotidianeidad. La vacación – decía Edgar Morin – es la vacación de los valores, y así se logra el valor de la vacación. Pero, a su vez, las vacaciones producen unos valores nuevos, y, entre ellos, el más visible es la preeminencia ególatra y narcisista del yo”.
Calidad de vida, logros sociales, descanso merecido, parón vital, cambio de chip y olvidar por días que septiembre aún queda lejos. Pero, poco a poco, se acerca.

Querida compañera, felices y pensativas vacaciones.

Paisajes desde mi realidad

Los túneles, en zonas de montaña, son como puertas de entrada y salida a comarcas encerradas en su esencia, una bocanada de aire fresco que a menudo trae consigo un aumento de la población de sus valles, construcciones y todo lo que comportan las nuevas costumbres de una vida demasiado condicionada por los últimos avances tecnológicos que propician el ocio y las comodidades in límite.
Urbanizar las montañas es otra de las formas del desarrollo, llámese avances, progreso, cambio o turismo estacional. Los 5.026 metros del túnel del Cadí, situado en el Prepirineo entre la comarca barcelonesa del Berguedà y la gerundense y francesa de La Cerdanya, ha propiciado tantos cambios como el túnel de Viella para el Valle de Arán, el túnel de Montblanc o cualquier otro agujero cuyas únicas barreras que conoce son las de los peajes.
Un paisaje lleno de puntos poblados, construcciones diferentes a las tradicionales, con los prados cada vez más descuidados, abandonados a su suerte porque el ladrillo especula mejor que las vacas, aquella naturaleza domesticada por los lugareños y cuidada como si de un querido ser vivo se tratara, todo se ha sometido a las transformaciones de la comodidad, del nivel de vida, de la segunda residencia y de las apariencias necesarias para ofrecer una mejor imagen de nuestra realidad. Los pajares cotizan como restaurantes, las praderas como campos de golf, las fincas como perseguidos objetos del deseo de ávidas inmobiliarias y es ya habitual aquel campesino que ve sepultada su herencia porque sus descendientes prefieren el dinero blanco o negro obtenido de forma fácil a tener que rendirse a los trabajos repetidamente hechos generación tras generación.
El labrador y el ganadero son especies en vías de extinción, más vale que los digitalicemos pronto y sus aperos de trabajo se reconviertan en típicas decoraciones de futuros museos etnográficos, en colgantes de casas de cartón piedra, hechas de ladrillo por dentro y piedra, madera y pizarra por fuera, o en ambientación artificial de restaurantes que aparentan tradición y rusticidad pero que son imitaciones o disfraces de irrealidades.
Lo vertical y lo horizontal resumen los contornos de La Cerdanya, comarca fronteriza e históricamente unida pero realmente dividida por esas líneas imaginarias llamadas fronteras, rayas con mucha sangre derramada por un quítame de acá unos metros o yo soy mejor que tú porque el azar me ha hecho nacer entre una riqueza no escogida pero sí heredada. Las puntas, las cimas, todas esas formas puntiagudas de la realidad contrastan con la horizontalidad del verde primaveral, con el asfalto recorrido incesantemente por las nuevas caravanas de transhumantes de fin de semana, con vehículos de muchos caballos, de alto standing, de auténticos tanques blindados con tracción integral que pasean a sus dueños vistiéndoles con el empaque del poderío económico y otorgándoles un estatus subrogado a la marca que lucen. A menudo sus ocupantes pasean animales domésticos mejor cuidados que millones de personas o sujetan en sus magnéticas bacas sofisticados equipos de esquí que contribuyen al prestigio social de un deporte que, por desgracia para ellos, ya ha perdido el encanto de la exclusividad de la que disfrutaban antes, cuando sólo ellos eran poseedores de la calidad de vida.
La verticalidad de La Cerdanya se incrementa por su altura geográfica y por el poderío visual de unas montañas en las que al parecer la leyenda le asigna la residencia un ser mágico llamado Pirena. Las altas, suaves y redondeadas formas contrastan con las cimas encumbradas al cielo infinito, todas ellas de gran atractivo tanto para esquiadores como para montañeros u otras especies modernas amantes del aire libre controlado y asegurado casi todo riesgo. Estar arriba para bajar después, bien sea gracias a los remontes mecánicos instalados en espacios previamente limpiados de sus residentes vegetales, bien por el esfuerzo de la aproximación a su base para intentar hollar la cumbre, un éxito basado en la preparación, en la suerte y en ganarle la voluntad a esa cumbre que se la vence cuando se ha bajado, no cuando la cima nos regala su éxito temporal. Son dos formas distintas de entender la interiorización de los grandes espacios, con la diferencia de que el gran negocio de la nieve, la creación de nuevas pistas y la correspondiente urbanización de los entornos dicen que aportan más riqueza que esas mochilas cargadas de accesorios y de sudadas personas que a veces prefieren más el techo estrellado de la noche para dormir que las comodidades de los cuatro estrellas.
Las iglesias, puntas de lanza espiritual de aquellos tiempos en que eran el centro religioso del pueblo, aún son construcciones puntiagudas que imitan a las cumbres, igual que los árboles que adornan parajes naturales o también esos artificiales construidos para los de allá por los de aquí, estrechamente definidos sus límites por opacos setos cuidados por la mano barata de allende los mares y vigilados por ojos electrónicos que lo saben casi todo. La verticalidad de los tejados de pizarra se completa con las decorativas chimeneas que simbolizan acogedores hogares con el fuego en tierra relumbrador, en torno al cual un grupo de personas con cara de rurales por horas cuentan sus historias (reales o ficticias) a la luz de unas brasas que serán la base para carnívoras y opíparas cenas. Allá, al fondo, poderosas máquinas retraks vencen la verticalidad en invierno aplanando la nieve, en medio de ese arbolado metálico en forma de pilonas unidas por interminables cables que pasean ávidos perseguidores de emociones fuertes.
La horizontalidad de una de las comarcas con sus recursos naturales más explotados de Cataluña se evidencia con las inacabables filas de construcciones forradas en piedra, con apariencia de ser de aquí pero diferentes a las que hace siglos que perviven, arquitecturas que, si fueran en vertical, afearían más el paisaje y dejarían libre la pradera que ocupan, con derroche de recursos hídricos incluidos. Casas adosadas y residencias, pletas, urbanizaciones, chalets aislados, hoteles, el lujo y la tradición, lo rural y ese sucedáneo de opulento neorruralismo provocado por el lucimiento del éxito económico, el dinero negro y la ostentación. Inversiones millonarias en paisajes inmensos conviven con los restos de pueblos condenados a ser engullidos por el mejor postor, por ese contratista que se presenta con coche de marca estrellada alemana o con el último cuatro por cuatro, vertientes montañosas preparadas para el ocio, el negocio y el disfrute de los sentidos, serpenteantes carreteras adornadas por esa vegetación que ajardina las extasiadas miradas y, siempre, al fondo, la otra parte del valle, la percepción de más de lo mismo pero aumentado y, allá arriba, restos de la nieve primaveral que es el último testimonio del pasado invierno. El derroche de tanta sensualidad pretende combatir la indiferencia penetrando en lo más hondo de los sentidos. Algo que debieron hacer tantas generaciones, descubridoras del encanto del valle, de las aguas termales, de las cumbres , del descanso y de la vida dependiente de la rigurosidad del clima, de las cosechas, del ganado y de estar a merced de los elementos.
La dureza de los crudos inviernos, entendidos como un tiempo de descanso y de letargo entre el ocaso otoñal y la explosión de la vida primaveral, era un tiempo de tinieblas y de limitación de las actividades en el que la nieve era un desdichado elemento que perturbaba la poca movilidad posible. Las pruebas de esa vida aún se pueden ver en la construcción de las casas que aún quedan, en los soleados corredores y en los espacios para secar las cosechas o la ropa, en el aprovechamiento del escaso calor natural, en las cuadras como segura calefacción de las personas del piso superior, en las mil y una triquiñuelas para que la vida no se detenga del todo cuando la nieve tiñe e iguala el paisaje.
La Cerdanya, un amplio valle trabajado por el río Segre como serpenteante conductor de esas aguas que ignoran las fronteras y que fluyen hacia abajo, aunque su cauce a veces se quiera alterar por olímpicos deportes. Sus expectativas y realidades pasa por el líquido elemento en sus diversos estados naturales y por una naturaleza que pide a gritos respeto, conservación y repoblación.
El parque natural del Cadí-Moixeró también asoma por las estribaciones pirenaicas y nos brinda la posibilidad de introducirnos y escalar alguna de sus maravillas o, para más tranquilidad y menos peligros, adentrarse de forma pausada y segura hasta donde el cuerpo aguante. La Canal del Cristal es un joya natural más de la zona, un conjunto seguido de rocas calcáreas mejestuosas que impresionan, testigos de la evolución y consecución o no de tantos objetivos e ilusiones de excursionistas que han pretendido conquistarla con el permiso de las fuerzas propias y de la montaña de enfrente. Desde Martinet de Cerdanya la carretera de acceso es una continua curva, subidas que muestran la amplitud de un horizonte lleno de verdor, de cielo y de vida.
El pueblo de Estana prohíbe el paso a vehículos, brinda el contraste entre su antigua y moderna imagen, casas caídas, solares, casas reconstruidas o levantadas nuevas y observa con gratitud a tantos visitantes llenos de proyectos y de acercarse al gran muro. El turismo de mochila, de cantimplora y de paso ligero humaniza la montaña, mientras el imaginario numerus clausus no se sobrepase y las no escritas normas de trato a los espacios verdes se respeten. El pueblo también brinda las explicaciones de algún viejo habitante, con los achaques de la edad y testigo de muchas historias, unas de este núcleo rural y otras de sus vivencias anteriores. Un hombre mayor, propenso a esas conversaciones convertidas en los típicos monólogos de alguien acostumbrado a ser escuchado cada vez menos, con el cansino recurso de la pasada guerra civil, la cual revive como biblioteca viviente y como parte de una inacabable cinta sonora que quedó mejor grabada con recuerdos pasados que con las cada vez más escasas vivencias y memoria presentes.
El agua de Estana es el último avituallamiento para quienes se dirigen al circular prado desde el que se proyectan estrategias de ataque a la canal de Cristal, o se deja el objetivo para otra ocasión o bien se acude a la famosa disculpa de la fábula de la zorra y las uvas y se cita mentalmente “porque las uvas están verdes”.
Se suba o no, el estímulo visual y el camino justifican la esencia de una bella comarca que paga el tributo de los continuos avances de la civilización y de la mejora de la calidad de vida.