Casi todo (des)educa
La opinión pública necesita temas recurrentes que deben emerger y ocultarse según los antojos del mercado ideológico del momento: opinólogos, medios, oficinas de comunicación, organizaciones educativas o políticas. Como una noticia dura lo que permanece en nuestra conciencia, atizada por la machacona repetición desde todas las antenas informativas del mensaje único, en el momento que dejan de fijárnosla en las neuronas más externas, todo se olvida sin dejar rastro en el sustrato más profundo de nuestro pensamiento.
La educación forma parte de uno de estos temas porque ya es un tópico fácil, como hablar del conservadurismo del anterior Papa, de la televisión basura, de la calidad de vida o de cualquier otro contenido prefijado en el calendario vital. Cualquier estudio estadístico hecho por el más desconocido organismo, la conclusión más descabellada del intelectual del momento o del profesor más esnob, la iniciativa más insólita del político más maleducado, todo puede ser motivo para encender los ánimos de los conversadores que cambian hablar del tiempo por la obviedad que les han servido en un titular.
Nos preocupa qué hacen con la infancia en los edificios escolares, quizá porque pagar impuestos puede llevar implícita la idea de rescatar una recompensa útil en los más pequeños, que los formen y hagan aquello con lo que no nos enfrentamos en casa, justificándolo con motivos del tipo del cansancio del trabajo, mi hija no me hace caso, me ve de otra época, el móvil es más comunicativo que yo, el ordenador le responde mejor ante mis silencios y el cuarto personal es el mejor refugio cuando la ausencia de diálogo no da más de sí.
Ante esto, se da la tendencia de la evasión de responsabilidades porque éstas se difuminan entre múltiples encargados de hacerlo: que si la sociedad, los medios de comunicación, la escuela, la familia, la publicidad, el consumo, la calle, los centros de diversión. Se pueden echar balones fuera y que vayan botando y pasando por encima de cada posibilidad anterior. Al final, parece que hoy todo educa y deseduca. Nadie está libre como para pegarle con su piedra acusadora a nadie porque ésta se le puede caer encima por ser un (i)responsable. Por tanto, esa buena educación a la que se refiere ese inefable sociólogo catalán (opinador de todos los temas divinos y humanos que se le crucen por su cuenta bancaria) depende de todos los que nos movemos en la sociedad.
¿O es que todos no queremos asumir responsabilidades? Si ocurriera esto sería la mejor semilla para recoger la falta de educación.
La educación forma parte de uno de estos temas porque ya es un tópico fácil, como hablar del conservadurismo del anterior Papa, de la televisión basura, de la calidad de vida o de cualquier otro contenido prefijado en el calendario vital. Cualquier estudio estadístico hecho por el más desconocido organismo, la conclusión más descabellada del intelectual del momento o del profesor más esnob, la iniciativa más insólita del político más maleducado, todo puede ser motivo para encender los ánimos de los conversadores que cambian hablar del tiempo por la obviedad que les han servido en un titular.
Nos preocupa qué hacen con la infancia en los edificios escolares, quizá porque pagar impuestos puede llevar implícita la idea de rescatar una recompensa útil en los más pequeños, que los formen y hagan aquello con lo que no nos enfrentamos en casa, justificándolo con motivos del tipo del cansancio del trabajo, mi hija no me hace caso, me ve de otra época, el móvil es más comunicativo que yo, el ordenador le responde mejor ante mis silencios y el cuarto personal es el mejor refugio cuando la ausencia de diálogo no da más de sí.
Ante esto, se da la tendencia de la evasión de responsabilidades porque éstas se difuminan entre múltiples encargados de hacerlo: que si la sociedad, los medios de comunicación, la escuela, la familia, la publicidad, el consumo, la calle, los centros de diversión. Se pueden echar balones fuera y que vayan botando y pasando por encima de cada posibilidad anterior. Al final, parece que hoy todo educa y deseduca. Nadie está libre como para pegarle con su piedra acusadora a nadie porque ésta se le puede caer encima por ser un (i)responsable. Por tanto, esa buena educación a la que se refiere ese inefable sociólogo catalán (opinador de todos los temas divinos y humanos que se le crucen por su cuenta bancaria) depende de todos los que nos movemos en la sociedad.
¿O es que todos no queremos asumir responsabilidades? Si ocurriera esto sería la mejor semilla para recoger la falta de educación.
0 comentarios