Ensuciar con pipas la calle hecha por inmigrantes
Lo que te voy a contar no es un cuento, es esa realidad diaria que debería ser más noticia que muchas informaciones que sólo interesan a sus protagonistas y a los que esciben al dictado.
Llevamos unos cuantos días en que el incivismo y la suciedad son temas de conversación y muy mediáticos. Lo han centrado en Barcelona, ya lo hemos comentado en otra ocasión, pero podría aplicarse a cualquier núcleo de este país, Estado, nacionalidad, región, autonomía o de nombre X. Ya sabes mi opinión sobre el tema: cada vez la gente es más limpia, hay más que respetan más las normas. Lo que ocurre es que los actos inadecuados de unos pocos se ven mucho, a menudo se contagian. Esta gente se cree que la libertad consiste en ser un poco más que el que lo hace mal.
Hoy estuve en un pueblo de aquí al lado. Meses atrás reflejamos aquí que una empresa formada por trabajadores inmigrantes pavimentaban una calle, mientras en el bar de al lado unas señoras se quejaban del aspecto que tenían y del mal olor que les provocaban. En este caso es el racismo de quien no hace nada todo el día y se queja porque gente muy trabajadora les arreglan el pueblo, y casi seguro que a un precio inferior que los trabajadores de aquí.
Hoy, en esa calle, donde hace tiempo sudaron aquellas personas, el suelo estaba sembrado de cáscaras de pipas. Ya es normal. La gente de aquí ensuciaba el suelo, alfombraba la calle que barrerían otros con el entretenimiento para su rato de ocio. El hábito de todas era parecido: ropas de selectas marcas, móviles de última generación, máxima pulcritud física, el coche último modelo aparcado en la zona azul donde nunca le ponen el tiquet y el guardia no se atreve a escuchar que tú no sabes a quién estás multando.
Se me ocurrió lanzarles una mirada alusiva al suelo y más vale no comentar la cara que me pusieron.
Ya sabes, todos fallamos, nos confundimos, también observamos lo que nos desagrda. Quizá para arrepentirnos de nuestro próximo fallo. Pero no nos creemos racistas ni ostentosamente ociosos como para que el cuidado corporal no se descompense con el descuido del entorno.
Llevamos unos cuantos días en que el incivismo y la suciedad son temas de conversación y muy mediáticos. Lo han centrado en Barcelona, ya lo hemos comentado en otra ocasión, pero podría aplicarse a cualquier núcleo de este país, Estado, nacionalidad, región, autonomía o de nombre X. Ya sabes mi opinión sobre el tema: cada vez la gente es más limpia, hay más que respetan más las normas. Lo que ocurre es que los actos inadecuados de unos pocos se ven mucho, a menudo se contagian. Esta gente se cree que la libertad consiste en ser un poco más que el que lo hace mal.
Hoy estuve en un pueblo de aquí al lado. Meses atrás reflejamos aquí que una empresa formada por trabajadores inmigrantes pavimentaban una calle, mientras en el bar de al lado unas señoras se quejaban del aspecto que tenían y del mal olor que les provocaban. En este caso es el racismo de quien no hace nada todo el día y se queja porque gente muy trabajadora les arreglan el pueblo, y casi seguro que a un precio inferior que los trabajadores de aquí.
Hoy, en esa calle, donde hace tiempo sudaron aquellas personas, el suelo estaba sembrado de cáscaras de pipas. Ya es normal. La gente de aquí ensuciaba el suelo, alfombraba la calle que barrerían otros con el entretenimiento para su rato de ocio. El hábito de todas era parecido: ropas de selectas marcas, móviles de última generación, máxima pulcritud física, el coche último modelo aparcado en la zona azul donde nunca le ponen el tiquet y el guardia no se atreve a escuchar que tú no sabes a quién estás multando.
Se me ocurrió lanzarles una mirada alusiva al suelo y más vale no comentar la cara que me pusieron.
Ya sabes, todos fallamos, nos confundimos, también observamos lo que nos desagrda. Quizá para arrepentirnos de nuestro próximo fallo. Pero no nos creemos racistas ni ostentosamente ociosos como para que el cuidado corporal no se descompense con el descuido del entorno.
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