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el informador informal

El relato que no mereció que nos premiaran

Te empeñaste en presentar un relato a una convocatoria de este tipo de escritos que hacía una editorial. Se trataba de enviar un texto en que explicara un viaje efectuado durante las vacaciones. Como escribimos aquí una larga explicación de nuestro recorrido por Tenerife y La Gomera, creíste que se podía hacer una adaptación y probar suerte.

Ya te dije que hay gente que escribe muy bien, que sabe mucho más que tú y que yo, que no son aprendices o aficionados como nosotros. Hay que saber valorar, reconocer la calidad ajena y ser humildes cuando pretendes probar pero no estás a la altura de las circunstancias. Somos mediocres, nunca conseguiremos más que lo que nos dejen los blogs y las personas que de vez en cuando se interesan por nuestros textos. Pero seguiremos aprendiendo de quien sabe más. Nos conformamos con lo que decimos siempre: nuestra ilusión es aprender. Y, si quieres hacerlo, observa el relato premiado y el finalista del concurso de la editorial EL PAIS AGUILAR: http://www.elpaisaguilar.es/user/pages/premio_viaj.php al que tuvimos la osadía de presentarnos.

Después de leer los ganadores, te hago caso e incluimos aquí el relato que presentamos y que ha pasado sin pena ni gloria. Quizá sea lo que se merecía y nos han colocado en el sitio en que debemos estar.

 

Tenerife y La Gomera, desde otro punto de vista

Garachico, como ya sabías, es un pueblo situado en la costa tinerfeña, que concentra en su historia casi todas las características más tópicas de las islas Canarias. Cuando preparábamos este viaje y tú buscabas información,  me solías repetir las  mismas palabras que se citaban en aquellas páginas de Internet que yo te comentaba, en enciclopedias y artículos: vulcanismo constante y reciente, naturaleza explosiva, conquistas, piratas, agricultura y el turismo, siempre el turismo como moderna y controvertida industria económica y de apertura de mentalidades. Y en Garachico comprobaste cómo  ocurrieron aquí  recientes erupciones volcánicas pero una parte del pueblo se salvó, su castillo aún conserva vestigios de épocas pasadas, estuvo dominado por caciques que controlaban  la riqueza vinícola y ahora vive sobre todo del turismo: edificios renacentistas y góticos, piscinas naturales en la playa y el atractivo de ese enorme y joven paisaje volcánico que culmina en el majestuoso Teide y en el final de esa carretera que acaba en la Punta de Teno, imponente balcón desde el que se divisan esos acantilados llamados con propiedad Los Gigantes.
Tenías mucha ilusión en experimentar nuevas sensaciones. A tu edad adolescente nunca habías montado en avión y desconocías todas las islas Canarias. Valorabas mucho las sensaciones propias,  las descripciones que  te hacía y, después, yo disfrutaba con tus nuevas preguntas y con la interpretación final de todo, con ese poso vivencial que te alimentaría tus conocimientos.
¿Recuerdas  cuando fuimos a husmear precios e información en algunas agencias de viaje? Sobre Tenerife, ningún problema. Pero lo de La Gomera fue curioso. En algunas nos trataron de ignorantes cuando les dijimos que pretendíamos estar allí cinco días. ¿Cinco qué..? Decían que con un día ya había bastante, que hay un circuito que te llevan en barco desde el puerto tinerfeño de Los Cristianos, te montan en un autocar, ves el centro de Interpretación de Garajonay, te preparan la comida en un restaurante, algo más de recorrido y…vuelta en el barco a Tenerife. Que si casi no había hoteles, que es una isla muy pequeña, sólo con el atractivo de un parque natural, que lo mismo te lo pueden ofrecer en sus  redes de hoteles de Tenerife. Fuimos respetuosos con sus opiniones, cogimos sus almibarados folletos turísticos llenos de presupuestos, de maravillosas fotos y de aparentes ofertas pero, nosotros, lo tuvimos aún más claro: el norte de Tenerife y La Gomera.
El aeropuerto de Barcelona te impresionó. Captabas sensaciones que después confirmabas con mis impresiones. Del calor pegajoso mediterráneo de un día de julio a mediodía, mejor no hablar. Ibas a mi lado y oías multitud de conversaciones, notabas un sinfín de ruedas que arrastraban por el suelo muchas maletas, gente apretujada, te avisé que ahora vendría una larga cinta transportadora de personas, que teníamos que seguir andando hasta llegar a la terminal B, un enorme espacio lleno de lo típico que hay en cualquier aeropuerto: carros portaequipajes, oficinas de las compañías aéreas y de viajes, bares, tiendas, para qué seguir  si lo primero que hicimos fue conseguir nuestra tarjeta de embarque, después facturar el equipaje y esperar hasta embarcar. Tus preguntas  fueron continuas. Te interesaba todo y  recuerda que no paré de satisfacer tu continua curiosidad. Por algo tus profesores te consideran una chica a la que le llama la atención todo, que trabajas procesando siempre muchas informaciones que luego transformas en conocimiento. Tranquila, a mí me resulta difícil meterte todo un gran aeropuerto en tu cabeza. Saldremos de este lío con esa palabra que tanto nos transmiten a ti y a los demás: “ilusión”. Llegada la hora del embarque, atravesamos el acceso y penetramos en el avión. Luego observaste la continua amabilidad de toda la tripulación, cariñosas palabras y una continua preocupación por el pasaje. Instalados en nuestros asientos, te fui explicando desde lo del cinturón hasta las instrucciones internacionales por si la cosa fallaba. Qué te iba a responder yo cuando sonreías al imaginarte cómo llevar a la práctica tanta instrucción si llega el fatídico momento. Te prevenía también del momento del despegue, la sensación de subir, la presión en los oídos, la estabilidad del vuelo, las turbulencias. Luego me empezaste a preguntar qué se veía desde mi ventana. El mundo cada vez más pequeño, las blancas nubes, el inmenso mar, ese infinito en el que estamos instalados provisionalmente imitando a Ícaro.
En casi tres horas pudimos hojear la tradicional revista aérea, llena de amorfos y atemporales contenidos, anuncios y promociones de la tranquilidad y de la buena vida. También reflexionamos sobre una  noticia que te leí y que  nos sirvió para tenerla presente en estos días y saber hasta qué punto es verdad. En nuestro diario de todos los días, en EL PAÍS del martes 5 de julio, el arquitecto Iñaki Ábalos pidió “pasión por el trabajo y rigor para construir algo inesperado” en el seminario que dirigía en Madrid titulado “Siete ideas de belleza, siete técnicas de diseño”. Tu curiosidad y tus ganas de saber y de experimentar me hicieron recortar la hoja, leértela varias veces y, juntos, comprobar en los próximos diez días estas siete ideas de Ábalos: “Propone para la reflexión siete paradigmas en un mundo globalizado que plantea nuevos sistemas estéticos, con una base común en la que participan la fascinación por la geometría compleja, la sensibilidad medioambiental,  el valor creciente de lo cotidiano, el espacio físico y social en un mundo en mutación, la materia como agente ´proyectual´ y lo pintoresco como experiencia estética”. Quedamos en trasladar estas ideas a nuestro turismo canario y, en estas estábamos cuando viviste tu primera experiencia de aterrizaje, aplausos de los pasajeros, otra vez la presión en los oídos,  desembarque y…ya estamos en el aeropuerto de Tenerife Norte “Los Rodeos”.
Te empeñaste en escoger la parte norte de la isla. Tus informaciones te ratificaron tus preferencias: espacios verdes, vegetación, contrastes y el mar. El trayecto de ida hacia nuestro apartotel del Puerto de la Cruz nos dio pistas que nos confirmaron por qué a esta isla se la llama “la isla amable”dentro de las “islas afortunadas”. Personas afables, un buen trato, una vegetación subtropical exuberante y desconocida para nosotros, indicadores de tráfico hacia lugares como Santa Cruz, La Laguna, La Orotava, El Teide y el Puerto de la Cruz. Espacios sometidos a las mutaciones, que diría Ábalos, y que pudimos comprobar tanto como lo puede hacer la mirada de cualquier turista. Cuando te mencionaba estos nombres y te describía el verdor de esta zona, de pronto mostraste interés por una planta que produce esos frutos que tanto te agradan, el platanero. Hiciste lo mismo con el nombre del Teide, montaña que no se podía ver porque casi siempre en este microclima hay una nube que divide la meteorología en dos o más ambientes.

En los días de estancia aquí, me he de disculpar porque no paré de hablarte mientras tú sentías lo que yo te explicaba. Es uno de los defectos que tenemos algunos pensando que hay sentidos más importantes que otros. Visitamos ese parque de animales llamado “Loro Parque”. Reivindicabas silencio para escuchar sus sonidos, notaste el frío artificial de ese increíble espacio acondicionado con la ayuda de ordenadores para que los pingüinos vivan “como si” estuvieran en los polos, apreciaste los saltos de los lobos marinos, de los delfines y el vuelo de los loros. Pero también visitamos ese árbol mítico e histórico de Icod de los Vinos, el drago; el pueblo de Garachico, sus piscinas naturales que admiraría nuestro arquitecto Ábalos, el castillo salvado de la lava y esa historia del poderío caciquil de unos pocos acaparadores del antiguo mercado del vino con un final impuesto por el pueblo; el atardecer en la punta del Monte Teno, esa conversación con aquel labrador que nos profundizó en la realidad agrícola canaria y nos razonó el abandono del campo; el espectacular barranco de Masca que te sorprende al final de la sinuosa carretera con el regalo del Teide; la fascinación por una geometría tan compleja (Ábalos) que heredamos fruto de las erupciones del gran volcán, turistas y más turistas que se conforman con subir en el teleférico y fotografiar tres zonas al borde de la carretera, mientras nosotros recuerda que fuimos a Santa Cruz a solicitar uno de los escasos permisos para subir a pie hasta la cumbre, aunque ya no había plazas para ese día, pero sí nos adentramos en una ruta senderista, sólo acompañados por algunos extranjeros. Recorrimos sitios pintorescos de la zona norte de esta isla, admiramos tanta naturaleza llena de tantas plantas desconocidas para ti y para mí, consolando nuestra ignorancia con una posterior visita al jardín botánico del Puerto de La Cruz, en el que había plantas con sus nombres.

Te veía contenta y feliz pero también muy interesada en saber qué tipo de turismo predominaba más aquí. Retratos sociológicos válidos para todos son difíciles pero tú pudiste juzgar por las personas que estaban en nuestro apartotel: turismo familiar, tercera edad, parejas, todos con ganas de tranquilidad, de ver con seguridad y de comer sin dietas en el buffet libre. Me hablabas de modelos de turismo, de tantos modelos como personas, de que cada uno se busca su pequeño paraíso de descanso como quiere o como sabe y de que así también se pretenden cumplir las ilusiones de todos. Pero, tranquila, que aún nos quedaban la mitad de los días. Después de Tenerife fuimos a tu isla, a la que siempre te atrajo, a pesar de algunas agencias de viajes. La Gomera fue un gran cambio por su pequeñez, por su  naturaleza y por conocer tantos contrastes en tan corto perímetro. San Sebastián nos recibió a mediodía, con sol, mostrándonos su cara agreste y pelada de vegetación. Te lo anuncié pero de sobra sabías que, cuando nos adentráramos con nuestro coche alquilado por sus carreteras, nos enseñaría otras caras. No parabas de preguntarme cuánto quedaba para el parque nacional de Garajonay. Luego lo intuiste por el olor a húmedo y por los cambios de temperatura. Sacaste uno de tus punteados textos y me empezaste a preguntar por los bosques de fayal-brezal, por los de laurisilva, por esas nubes que hacen que este espacio esté verde y que suscitan tanta curiosidad, la “lluvia horizontal”. Querías sentir todo el parque, tocar sus plantas, notar los cambios de temperatura, andar por sus caminos y que yo callara para dejarte hacer tú sola una composición mental de donde estábamos. Quedé maravillado por tu forma de entender lo que yo veía. Juntos completábamos la fotografía final.
Nuestro destino era un apartamento en Valle Gran Rey. Impresionante este exuberante barranco lleno de vida que nos recordaba con nostalgia viejos tiempos en que se cultivaban todos sus bancales, con un mirador-restaurante hecho por César Manrique (qué gran sensibilidad medioambiental la de este genio, señor Ábalos), un sitio con un modelo turístico diferente a Tenerife, con algunos hippies que aún conservan aquí uno de sus paraísos, postales marinas del océano en frente al oscurecer mientras por detrás las luces trazan las siluetas de las palmeras y de los recortes montañosos de la antigua lava al fondo. La isla nos enseñó algunas de sus caras, sus pueblos, sus comidas y sus recursos naturales presentes en el parque nacional de Garajonay, un verdadero ejemplo de conservación del medio. Vallehermoso, Agulo, Hermigua, San Sebastián de Gomera, Playa Santiago, pequeños núcleos poblados no sólo por gomeros. No olvidaremos aquella chica  vigilante del parque cuando tú le preguntaste por tanta tranquilidad y ella te dijo que aquí el reloj va cuatro horas retrasado respecto a la península. Recuerda también aquella pareja de ancianos de Estados Unidos vecinos de nuestra mesa en aquel restaurante, residentes aquí, o tantos alemanes que se han trasladado a vivir y hasta han montado emisoras de radio en su lengua. Muchas experiencias pero ninguna como la de Garajonay. Recorrimos casi todos sus senderos y, antes de volver, lo hice de nuevo, te felicité porque me enseñaste a mirar de otra manera, tú, que nunca has podido ver con tus propios ojos pero has acertado en la interpretación de ésa nuestra realidad. 
 
 
EL PAIS – AGUILAR
 
 
“Para el concurso de relatos 2005”
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 


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