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el informador informal

El mejor y el mejor ejemplo

No sé si te has fijado en la repercusión que tiene en todos nosotros la opinión pública. Suelo hablarte de este término a menudo. Quizá sea porque en la universidad había una asignatura que se llamaba así. O puede que sea porque nos arrastra más de lo que creemos.
Todo viene por el tratamiento que se le ha dado y se le da al reciente campeón de Fórmula 1, el asturiano Fernando Alonso. Entre muchos es un fenómeno que arrastra a las masas. Gozó de relativa buena prensa hasta que le concedieron un premio principesco. Ahí se desató la caja de las opiniones contrarias. De muy bueno pasó a objeto de falsos encumbramientos, de deportista ilustre en el motor a sujeto usado para determinadas finalidades. Aquí criticamos con o sin razón y somos especialistas en subir o bajar a alguien en breves momentos. Algunos lo ven como un periférico que vive fuera y que nació en una comunidad autónoma no histórica, convertido en símbolo estatal. Y esto molesta a los autónomos que sólo saben mirarse su ombligo todo el día.
Su frialdad y nervios de acero, la formación y obsesión por el esfuerzo y el rigor, la abstemia alcohólica hasta en la celebración de su mayor heroicidad, la promoción de los límites de velocidad por parte de quien su velocidad profesional no tiene límites, he ahí algunas características menos publicitdas que la marca del vehículo o la del cigarrillo o telefonía que lo patrocina.Críticas no faltan: bienvenidas. Espionaje y persecución a su vida privada, tampoco. Pero nadie cuestiona el derroche de su profesión, ni si eso es un deporte o no, del ejemplo que dan al lado de las campañas de tráfico o del glamour de tanta gasolina quemada y bien administrada por los amos de un fabuloso negocio.
Del mejor al más cuestionado no hay más que un paso, aquí los éxitos duran lo que se difunde la primera crítica destructiva coreada por los voceros menos afamados del reino. La cara y la cruz de personajes públicos y también de ti o de mí.
He ahí la opinión pública de la vida.

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