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el informador informal

Los engordan para que nos deglutan después sus calorías mentales

Los engordan para que nos deglutan después sus calorías mentales

No paran de recibir invitaciones. Pertenecen a un selecto grupo de especialistas en sentarse en comidas de alcurnia en las que debía circular mucha materia gris por mantel cuadrado pero lo que más se mueve son las viandas, los caldos de reserva y demás licores y puros. Se arriesgan con cualquier invitación o sitio a donde los llamen, sin ningún escrúpulo: en presentaciones de editoriales, actos sin o con cultura, conferencias de prensa, simposiums, congresos, presentaciones de otros personajes, actos institucionales o promociones.
No, no tienen por qué pertenecer al famoseo del que muchos reniegan pero que contribuyen a alimentarlo con sólo mencionarlos. Sin embargo, a veces se intercambian o tienen el don de la ubicuidad para cubrir varios frentes a la vez sin dar un palo al agua, o sea, sin desgastar una neurona ni producir más que un refrito. Pero a menudo están, se dejan ver y luego lo explican como si esas ideas que justifican la comilona fueran sesudas reflexiones en vez de lo que son, obviedades para las que con poner cara de ingenuidad ya basta.
No, tampoco deberían ser sólo la clase política, aunque entre el famoseo y la clase elegida por urnas cada vez más vacías también anda nuestro juego gastronómico y figurativo.
No queda más remedio que nombrarles, pero con respeto para la inmensa mayoría que no pertenecen a ese pequeño núcleo de defectuosos figurantes. Son alguna clase intelectual y periodística. Es evidente que entre ellos se alimentan para después autocomplacerse de lo maravilloso que es encontrarse casi siempre en parecidos sitios que después recogen en sus gacetillas mediáticas que a su vez dan pie a nuevas ideas las cuales acaban siendo un artículo muy comentado que llega a un editor y a la larga ofrece la posibilidad de darle forma de libro con lo que se presentará en público con comida incluida y nueva información a los mismos medios con que iniciábamos esta extensa descripción.
Las crónicas periodísticas de eventos pseudodivinos, intelectualmente hablando, casi siempre mencionan la cantidad y calidad de los canapés, la categoría de los no sé cuántos tenedores del lugar, los manteles de hilo o la cubertería que se conjunta con la masa encefálica de tantos cerebros en tan encumbrado local. Este tipo de rufianes complacientes consigo mismos a menudo son quienes ayudan a crear estados de opinión y a conducirnos a pensar lo mismo porque unos cuantos mediáticos ya nos lo ofrecen masticado. Y no se dan cuenta que eso es fruto de sus indigestiones y de unos ácidos gástricos que sólo les ha conducido a la frase acertada porque coincidió con el sentir general, sin atreverse a ir más allá y arriesgarse en la construcción de argumentos más elaborados.
Periodistas bien alimentados hay muchos. Quien sabía del tema era el creador del Premio Planeta. José Manuel Lara repitió, donde los periodistas no le silenciaron, que quienes más le habían ayudado en su premio eran estos profesionales. ¿El truco? Cuidarlos, invitarles a comidas, darles regalos, favorecerles su trabajo con informaciones casi hechas, agasajarlos siempre que se pueda, sortearles viajes y tenerlos contentos. Este ritual cada año se repite antes del 15 de octubre, día de la publicación del siempre secreto a voces nombre de las personas premiadas. ¿Es una excepción? Desgraciadamente no. Basta preguntar a los Departamentos de Prensa, Gabinetes de Comunicación y otras triquiñuelas para saber cómo las buenas digestiones encumbran aunque intelectualmente sean de electroencefalograma plano.
No obstante tenemos suerte. No son todos pero los que son están ahí y arman mucho ruido.

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